Una noche en el 112: «Los teléfonos no dejan de sonar en ningún momento»

Un trabajador revela algunos entresijos del turno de noche tras la reivindicación de la plantilla de sentirse «sobrecargada y en situación crítica»

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Lorenzo, nombre ficticio, entra en la central de llamadas del 112 a las once de la noche del viernes. Le esperan ocho horas por delante en las que contará con 40 minutos totales de descanso, repartidos durante la jornada y coordinados con los compañeros. Es una noche «de lujo», dice el trabajador. Son seis personas para cubrir el turno completo. Es algo que se ha estipulado para las noches estivales de viernes y sábado, por el aumento de las emergencias; aunque en invierno pueden llegar a ser sólo tres.

Aún siendo seis esta noche, significa que cada uno atenderá de media unas 100 llamadas. «La gente cree que esto sólo es coger el teléfono pero nada más lejos de la realidad, atiendes la emergencia y luego la tienes que valorar, discriminar, gestionar, dar aviso a los cuerpos indicados, incluso investigar cuando el que llama no sabe ni donde está», describe.

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La primera llamada la recibe desde Magaluf. Un joven ebrio avisa que su amigo, bajo los efectos de la cocaína, se ha metido en el mar y no sale. El técnico activa hasta a seis cuerpos diferentes. También hará el seguimiento y sólo cuando la urgencia esté solucionada, hará el cierre. «La gente llama ebria, no habla tu idioma, se expresan como pueden; es muy complejo», dice Lorenzo. Él habla inglés, al igual que otros muchos compañeros. Sólo cobran 200 euros más al año por ese conocimiento añadido. Es una de sus reivindicaciones. «Desde Semana Santa hasta octubre, el turismo de excesos se lleva la palma; la mayoría son extranjeros que piden ambulancias para todo. Alcohol, peleas, eso es lo más habitual. Hablo mucho más inglés que castellano», cuenta el empleado.

Otra llamada. En este caso sobre ‘pateras’. Han llegado tres embarcaciones durante su turno. «Ellos mismos son los que llaman y están perdidos en el mar, no puedes localizarles de ninguna manera. Es difícil de gestionar». Poco después, llama un joven desde un gimnasio de Palma. Lo han cerrado con él dentro. De nuevo el teléfono, esta vez un vecino escucha gritar a una mujer desde su casa pidiendo auxilio. Ahora Ibiza, dos jóvenes tirados en mitad de una carretera cuyo nombre ni zona recuerdan. El trabajo es tan estresante que hasta narrarlo agota.

«Sólo pedimos que se valore lo que hacemos, que no seamos invisibles. Nuestro sueldo no es alto y es un fijo que incluye nocturnidad, festivos, turnos, todo; la gente prefiere trabajar en otros lugares sin tanto estrés, ganando más y con mejor horario y entonces falta personal. Es cierto que con las pausas de visualización de pantalla, con las que paramos diez minutos cada hora y media, hemos ganado algo de margen; pero imagínate el ritmo, el tiempo estipulado entre llamada y llamada son diez segundos. Pasar así un día entero es muy complejo. Aquí nunca dormimos. El teléfono no deja de sonar ni un momento. Queremos que se nos pague de acorde al trabajo que hacemos y a la responsabilidad que tenemos», exige contundente este trabajador. No dice ninguna mentira. Muchas veces, nuestras vidas, están en sus manos.