Hacía sólo cinco días que se conocían. Joaquín y Emilio eran compañeros de trabajo en un restaurante de Peguera. El 14 de septiembre de 1998 ambos se citaron en la playa, para dirimir sus diferencias. Según el homicida, la víctima le insultó por su condición de gitano. Nadie, después, confirmó esta hipótesis, que quedó descartada. Esta es la crónica de un duelo que acabó con la muerte de un hombre por una puñalada en el corazón. Y de un acusado al que los psiquiatras calificaron de 'psicópata'.
"Me amenazó con rajarme las tripas porque era gitano y yo le clavé el cuchillo", confesó Joaquín L., el asesino. Ambos se habían conocido en la hamburguesería y la relación entre ellos era muy tensa. Según el agresor, "desde el principio se metía conmigo", pero lo cierto es que Emilio C. era un trabajador ejemplar y no tenía problemas con nadie.
El relato de Joaquín, pues, hacía aguas por todos lados. Lo que sí es cierto es que ese día de finales del verano, ambos quedaron en la playa. Habían discutido en el local, pero decidieron que hablarían cara a cara, junto al mar. El primero en llegar fue Emilio. Su primo le acompañó a la cita, pero se quedó a una distancia prudencial.
Una funcionaria judicial muestra al jurado el cuchillo utilizado por el homicida.
Luego apareció Joaquín, que había cogido un cuchillo de grandes dimensiones del restaurante, sin que nadie lo supiera. Lo escondía entre sus ropas y en cuanto se encaró con su compañero de trabajo, apenas sin cruzar una palabra, le asestó una puñalada mortal, que le partió el corazón. Emilio se desplomó, herido de muerte, y agonizó unos minutos, hasta que murió.
El agresor huyó precipitadamente de la playa y se cruzó con el primo. "No le dije nada porque su mirada me asustó", declaró luego el familiar de la víctima. Joaquín se deshizo del arma, que luego fue localizada en un contenedor, y huyó en coche hasta su casa, donde le contó a su mujer lo que había sucedido.
Dio vueltas, según su relato, hasta que decidió entregarse a los investigadores, que lo detuvieron. Después, un juez lo envió a prisión. Su relato cayó en continuas contradicciones y cuando llegó el juicio, en mayo de 2000, los psiquiatras que lo habían examinado concluyeron que estaban ante un psicópata. Los forenses, en cambio, no compartieron esa dictamen y sostuvieron que era muy consciente de sus actos.
Joaquín, en la Audiencia de Palma, ante el jurado, intentó calumniar al fallecido, asegurando que era un racista y se metía con él porque era gitano. Ningún otro trabajador confirmó esas palabras, que eran invenciones suyas. El fiscal Gabriel Rul.lan lo acusó de asesinato y pedía para él 18 años de prisión. El abogado de la familia de la víctima, Gabriel Garcías, solicitó una condena mayor: 20 años. Y Carlos Portalo, el defensor del procesado, alegó un trastorno mental para pedir su absolución.
Al final, nadie creyó a Joaquín, que fue condenado por homicidio. La única verdad que dijo, según los investigadores, es que había clavado el cuchillo en el corazón a su compañero de trabajo.
1 comentario
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!!!MI SOLIDARIDAD CON LOS PADRES DEL ASESINADO!!!