En Manacor, en 1978, todo el mundo conocía a Joana Frau 'la Granarera'. Era una anciana de 77 años, menuda, que regentaba una céntrica cordelería en aquella ciudad. El 16 de junio, la señora apareció muerta en su cama, pero un detalle llamó poderosamente la atención: el cristal de la tienda (que también era su vivienda) había sido fracturado de noche. Esta es la crónica de un crimen que provocó una gran alarma social en la ciudad, hasta que el criminal fue cazado.
La septuagenaria era soltera y vivía sola. Tenía una salud quebradiza y una apariencia frágil. Era, como apuntó en aquellos días la Guardia Civil, una 'presa fácil'. Esa mañana, una vecina acudió al comercio de la calle Ciutat para llevarle una empanada. Joana, pese a que en ocasiones tenía un carácter complicado, era muy querida y tenía muchos amigos en el pueblo.
La vecina reparó en el cristal roto de la entrada y se extrañó. Después entró y llamó a gritos a Joana. La amiga no contestaba. Recorrió las distintas estancias de la casa, hasta que finalmente entró en el dormitorio. Joana estaba en la cama, cubierta con una sábana, muerta desde hacía algunas horas. No había señales de violencia aparentes y podría haber pasado por un fallecimiento natural, dada la edad y la mala salud de la mujer.
Sin embargo, algo no cuadraba. Los trozos del cristal roto de la puerta habían caído al interior de la casa, lo que evidenciaba que habían golpeado desde la calle. Un dato muy inquietante al que se añadió un segundo indicio: las orejas de la mujer estaban ensangrentadas. La Guardia Civil inspeccionó el cadáver y no apreció, en un primer momento, señales claras de violencia, aunque decidieron esperar al resultado de la autopsia.
El 19 de junio se practicó el examen forense, cuyos resultados dispararon todas las alarmas. El cuerpo sin vida presentaba un golpe contundente en la cabeza y la fractura de varias vértebras. Y se añadía otro indicio: los pendientes habían sido arrancados de golpe, de ahí las gotas de sangre en las orejas. De repente, estuvo claro que Joana había sido atacada. Y se explicaba por qué cuando apareció muerta no llevaba encima ninguna joya: se las habían robado.
La segunda autopsia arrojó todavía más luz. Tenía cinco costillas rotas, como si la hubieran aplastado. Y un edema pulmonar fue la causa de la muerte. Poco a poco, un rumor se fue extendiendo por Manacor: un joven de mal vivir llamado José Álvarez Urquiza, de 28 años, podía tener algo que ver con el crimen.
Procedía de una familia muy humilde, que llevaba pocos meses viviendo en la calle Menorca, en Manacor. Había estado preso, por un turbio asunto, y en esos momentos estaba desaparecido. El caso se complicó cuando en el dormitorio de la anciana apareció un único guante de hombre, en piel negra. En pleno junio hacía calor, así que la prenda no servía de abrigo; se utilizó para romper el cristal de la entrada.
La detención de José se convirtió en una prioridad para los investigadores, que descubrieron que faltaban numerosas joyas de la casa y que el asesino las estaba intentando vender, tanto en Mallorca como en el barrio chino de Barcelona. Y la descripción del vendedor encajaba perfectamente con la de José. Con una particularidad, el sospechoso tenía un brazo paralizado por una hemiplejia. El único guante, pues, empezaba a tener sentido.
El 3 de julio, José regresó a Manacor, sin saber que la Benemérita lo estaba esperando. Escapó de milagro, pero su tío confesó que la noche del crimen, en un bar de la localidad, entre copas, su sobrino le intentó implicar en el asalto que tenía planificado. Él se negó, pero le prestó el citado guante negro. Para que no dejara huellas con la única mano que podía utilizar.
Finalmente, el cerco se cerró y el exconvicto fue arrestado. Confesó que llevaba días planeando el 'golpe' y que esa noche, tras colarse en la casa de la anciana, subió a su dormitorio. Joana se despertó, por un ruido, y él se abalanzó sobre ella. Con su peso le destrozó las costillas. Luego, huyó con un botín de 40.000 pesetas en joyas, que malvendió. Su excusa fue que bebía en exceso y que no sabía lo que hacía.
Tres años después se celebró el juicio contra él en la Audiencia de Palma. Le cayeron 27 años de cárcel por robo y homicidio. Se mostró arrepentido, pero aceptó la condena: "Me lo merezco".
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