El ladrón reventó la cerradura de la barrera de la panadería y se llevó las galletas. | Alejandro Sepúlveda

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Un hombre, de 49 años y nacionalidad española, acabó este lunes detenido por robar seis Quely merienda y dos Kinder Bueno. Los hechos sucedieron de madrugada en una conocida panadería de la barriada de Pere Garau. El protagonista de esta historia no es ningún viejo conocido de la policía o delincuente habitual, es más, carecía de antecedentes policiales hasta la fecha. El valor de los paquetes de galletas sustraídos no llega a los diez euros. A pesar de todo ello, fue detenido y sentado ante el juez de guardia por un delito de robo con fuerza. Esta penosa historia arrancó este lunes, a las tres y cuarto de la madrugada en la calle Francesc Manuel de los Herreros, a escasos metros de la conocida plaza de Pere Garau de Palma.

Un coche patrulla de la Policía Nacional estaba realizando labores de vigilancia por la zona cuando, de repente, observaron a un hombre agazapado y saliendo de un local que se encontraba cerrado en ese momento. No hay que ser muy avispado para detectar que a esas horas de la madrugada no estaba haciendo nada bueno. El olfato policial no les falló y con suma celeridad acudieron a su encuentro y le dieron el alto. El hampón intentó sin éxito darse a la fuga, pero escasos metros después fue interceptado. Los policías se entrevistaron con él para aclarar lo sucedido y no tardaron en darse cuenta que debajo de la chaqueta trataba de esconder el tan preciado botín.

Se trataba de unos cuantos paquetes de galletas, que argumentó que eran para saciar el hambre tras una jornada sin prácticamente llevarse nada a la boca. En ese momento se vivió una situación extraña y de sentimientos contrapuestos por parte de los policías. Cuando acudieron al horno comprobaron que para robar la comida el hombre había fracturado el anclaje de la barrera provocando daños en la cerradura. El caso pasó de ser un pequeño hurto a convertirse en un robo con fuerza en las cosas en toda regla. En ese momento, los agentes procedieron a su detención y acabó la noche en los calabozos de la Jefatura Superior de Policía.

A la mañana siguiente, el acusado fue puesto a disposición judicial donde, tras prestar declaración, quedó en libertad con cargos. ¿Es justo acabar detenido por robar escasos diez euros en galletas para comer? ¿El hambre y la necesidad pueden convertirse en atenuantes para tratar de conseguir una condena menor? A partir de ahora comenzará su periplo judicial. Los robos con fuerza están castigados de uno a tres años de prisión. Si devuelve el género sustraído y se compromete a pagar los daños de la cerradura, con algo de suerte y compasión, será condenado a entre seis y nueve meses de cárcel.