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El exfiscal Miguel Ángel Subirán tenía un carácter explosivo, casi atómico. Y podía pasar de la sonrisa más tierna a un ataque de furia apocalíptica en medio segundo. Un tipo centrado, que diríamos. El 24 de junio de 2013 acudió furioso al cuartel de San Fernando para entrevistarse con el intendente Toni Vera, el jefe de la Policía Local de Palma. «Llevo seis meses sin dormir bien por el aparato del aire acondicionado de una sucursal de sa Nostra que tengo abajo de casa, y que hace ruido. Quiero que me lo arregléis ya», bramó el entonces fiscal.

Vera, oliéndose el percal, llamó al jefe de la Patrulla Verde, el oficial Biel Torres, para que estuviera presente en aquella incómoda reunión de 50 minutos. «No sé si me conocéis, pero yo soy como un perro de presa, cuando muerdo no suelto», amenazó Subirán, antes de marcharse. Ya casi en la calle, regresó y puso una queja en la recepción del cuartel. Y al día siguiente, otra.

Y otra. Los mandos se desvivieron por arreglar su asunto doméstico y un agente -Rafel Amengual- acudió a revisar el aire acondicionado del banco. Durante días, el fiscal insistió con mensajes apremiantes que arreglaran de una vez «lo suyo», hasta que al final retiraron el motor de la sucursal. Pero ya era tarde. Subirán no volvió a escribirles. Poco después imputó a Vera y encarceló a Torres y Amengual. La venganza es un plato que se sirve frío. Como el aire acondicionado.