Miguel Fuster, ante la que ha sido su casa en las últimas décadas: la Jefatura policial de Palma. | Alejandro Sepúlveda

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Con 42 años en el cuerpo, Miguel Fuster ha sido un imán para los marrones. En el buen sentido. Es, además, uno de los policías nacionales más carismáticos de la Jefatura palmesana y uno de los últimos exponentes de la vieja guardia: «Ahora, los policías jóvenes quieren tener horario y algunos incluso estar en oficinas. ¿Dónde se ha visto eso?».

¿Por qué se hizo policía?
— Pues mire, era camarero y ganaba bastante más, pero la vocación me pudo.

¿Dónde fue destinado?
— Empecé en Madrid y el golpe de Estado del 23-F me pilló de guardia en el Congreso de los Diputados. Estaba en la Unidad Móvil y vi que empezaban a llegar camiones con guardias civiles. «Vienen a apoyarnos», pensé. Luego vimos que bajaban con fusiles Cetme y saltaban por las ventanas. Eso ya no cuadraba.

¿Qué hicieron?
— No mucho, porque nuestro teniente nos dijo: «Con vosotros no va nada. No hagáis nada y no pasará nada». Vi a Tejero cuando todo había acabado, saludando. Fue un momento histórico.

Los ochenta en la capital eran tiempos duros, ETA estaba muy activa.
— No se lo imagina. Recuerdo que mataron a una inspectora de la policía y me tocó velar el cuerpo durante una hora. Era joven y aquello me impactó mucho. También estuve en conducciones en la Audiencia y tenía que trasladar a los etarras.

Luego ya vino destinado a Palma.
— Sí, pero me siguieron pasando cosas gordas. En 1995, ETA intentó matar al rey Juan Carlos en Mallorca y detuvimos a los terroristas. Yo custodiaba los calabozos de la Jefatura y estaba allí Rego Vidal, uno de los detenidos. Llegó de repente el juez Baltasar Garzón y dos GEOS encapuchados y me dijo: «Me llevo al detenido». Le conté que estaba en el baño, pero me hizo sacarlo a trompicones. Ya se puede imaginar.

Usted también ha controlado siempre la zona de s’Arenal.
— Sí, conocía a todos los trileros. Y me respetaban. Una vez vino un matrimonio de turistas de la tercera edad, que lo habían perdido todo en el trile. Lloraban desconsolados. Les di 2.000 pesetas de la época para que pudieran salir del paso y pensé que no las volvería a ver, pero al poco tiempo aparecieron por la comisaría con el dinero, muy agradecidos.

Hace años saltó a las primeras páginas por un tiroteo en Palma.
— Yo estaba en s’Arenal y pasaron por la emisora de que en Son Banya habían intentado atropellar a un compañero. Fui por la carretera vieja de Sineu y vi al sospechoso fuera del coche. Le di el alto y me contestó: «Cógeme, cabrón». Estaba en mejor forma que ahora, así que lo perseguí y le di alcance, aunque me tiró al suelo. Luego me intentó atropellar con el coche y tuve que disparar tres veces. No me quedó otra opción. Me rompió la rodilla y pensé que lo había matado, pero él milagrosamente no tenía ni un rasguño.

¿Cuál ha sido su mejor intervención policial?
— Una vez que estaba al lado del Bingo Balear, con mi mujer, escuché que Sañudo, un poli veterano, alertaba de que tres rusos muy malos estaban sacando dinero de Sa Nostra. Fui solo y sin pedir ayuda arrinconé a los tres. Llevaban una bolsa de deporte con 100.000 euros y joyas. Tomeu Campaner, el que fue jefe superior, estuvo contando el dinero toda la tarde.

Ha conocido a muchos jefes superiores.
— Desde luego: Casillas, Pérez Extremera, Elicio, Campaner, Jarabo y ahora Gonzalo Espino. Todos grandes profesionales, pero me quedo con Elicio Ámez. Ha sido el mejor.

Porque siempre estaba en la calle, que es donde tienen que estar los policías y los periodistas.
— Sí, así es. Pero con los nuevos que llegan ahora esto cambia. Algunos piden horario e incluso estar en oficina. ¿Qué le parece?