El imputado, durante la vista celebrada en una sala de lo Penal de Vía Alemania. | Juan P. Martínez

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El acoso del vecino del tercero fue tal que las perjudicadas, madre e hija, tuvieron que vender el piso de Palma en el que llevaban viviendo toda la vida. Duró meses y, entre otras cosas, el hombre lanzaba cigarros encendidos en la puerta y les escupía sobre el felpudo.

El caso ha llegado a juicio y el procesado se declaró culpable y aceptó dos años de prisión e indemnizar a las víctimas en 1.000 euros por los daños morales ocasionados. El imputado, defendido por Ernesto Mestre, no entrará en prisión al quedar la pena suspendida.

El inicio del acoso se remonta a noviembre de 2019. El acusado, español de 47 años, decidió cambiar las persianas y la vecina del primero le facilitó el contacto de un profesional. Acabado el trabajo, no quedó contento con el resultado e instó a la vecina a denunciar al instalador. Ante la negativa de esta, empezó un auténtico calvario que afectó también a su hija, que vivía con ella.

Ambas, asistidas por el abogado David Salvà, acabaron denunciando al hombre y vendiendo el piso. Antes, tuvieron que soportar infinidad de mensajes de Whatsapp y llamadas, escupitajos sobre el felpudo de la puerta, lanzamientos de cigarrillos encendidos, música con volumen excesivo o movimiento de muebles a altas horas de la madrugada.

El hombre reconoció los hechos ante la jueza y ha sido condenado a dos años de cárcel e indemnizar a las víctimas con 1.000 euros, de los que ha pagado ya 50 y por lo que se le apreció el atenuante de reparación del daño. No entrará en prisión si abona los 950 restantes antes de diez meses. Asimismo, no podrá acercarse a menos de 200 metros de las mujeres durante cuatro años.