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Tomás Gimeno es hoy el hombre más odiado de España. Las autoridades no escatiman esfuerzos por encontrar al padre de Anna y Olivia, las niñas de Tenerife cuya desaparición denunció su madre hace un mes y medio, tras la trágica noticia del hallazgo del cuerpo de la hermana mayor.

El triste final de Olivia ha desatado una ola de indignación mayúscula en toda España. Lamentablemente no podemos decir una ola de indignación sin precedentes, puesto que la lacra de la violencia vicaria y de la violencia machista en su conjunto se ocupa de masacrarnos cotidianamente. En el recuerdo queda el reciente caso de sa Pobla, cuando Ali Khouch mató a su mujer embarazada y a su hijo de 7 años.

No ha pasado ni un mes desde entonces y quién sabe si Khouch tomó nota de los actos de Gimeno, que aun consta como desaparecido, para perpetrar su crimen. Es relevante la comparación, pues a pesar de tener nexos en común, como el de condensar la esencia de los padres machistas que anteponen su enfermiza frustración al amor por sus hijos, ambos individuos presentan perfiles totalmente opuestos. Esa oposición, precisamente, da cuenta de la realidad: la violencia vicaria y la violencia machista no entienden de raza, credo, o situación económica y social. Nadie está completamente a salvo.

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Tomás Antonio Gimeno Casañas -ese es su nombre completo- viene de buena familia, con posibles. Lo tenía todo para disfrutar de una vida tranquila y próspera y ver crecer en paz a sus hijas. La noche en la que todo se precipitó llamó a su expareja y le advirtió que no las volvería a ver. El entorno cercano de la madre quiso creer que no sería capaz de segar las vidas que él mismo engendró. Algunos que bien lo conocían aventuraban que no podría cometer tal atrocidad, a pesar de que no era ningún santo, visto su historial de broncas e intentos de estafa.

Por desgracia todos se equivocaron. Pudo más el sentimiento de venganza y de posesión sobre su expareja, de quién tiempo atrás se había separado. Ella había empezado una nueva vida. Él se la quiso resquebrajar. Demolerla hasta lo más profundo y para siempre. Y a fe que lo consiguió.

La reflexión pertinente derivada de esta tragedia colectiva debe ser general. ¿En qué mundo vivimos? ¿Por qué no vamos todos a una de una vez por todas para evitar más muertes como la de Warda Ouchene, el bebé que llevaba en su vientre y su hijo de 7 años en Mallorca, o la de Olivia en Tenerife? Cómo vamos a proteger a nuestros hijos e hijas. Hasta que no resolvamos esto no habrá consuelo.