Flores frente a la vivienda donde se produjo el doble crimen. | Alejandro Sepúlveda

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Saliha aún no se lo cree. Ya no volverá a ver a su buena amiga Warda. Ni tampoco al pequeño Mohamed. Rota de dolor recuerda cómo hace años, en mitad de la jornada laboral, la víctima le comentó el miedo que tenía a su marido. «Hace un tiempo me dijo que Ali la iba a matar». Al final, años después, el mal presagio, desgraciadamente, se hizo realidad.

Los problemas de Warda y Ali eran conocidos por su círculo más cercano. Y a pesar de las advertencias de las amigas, nunca acabaron de separarse del todo. «Yo le decía que lo dejara, le insistí mucho en que no volviese más con él cuando había temporadas que lo dejaban, pero ella estaba enamorada», recuerda apenada. Y también sostiene que la fallecida era «muy buena persona». La víctima, de 28 años, vivía por y para su hijo. Su gran amor. Tal y como rememora Saliha, de un tiempo a esta parte se fue recluyendo cada vez más en casa. Nació en Marruecos en 1993, pero desde hacía algo más de diez años era una poblera más.

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Su momento de liberación era acompañar a Mohamed al colegio a primera hora de la mañana y después hacer la compra en el supermercado. «Siempre me decía que lo que más quería en este mundo era a su hijo y que nunca le tenía que faltar nada al pequeño». Por eso nunca dejó de trabajar. Años atrás en una lavandería, donde coincidió con Saliha, y después en la hostelería, donde también compartieron espacio. Y confidencias.

Warda y Ali se casaron en 2010, cuando ella apenas había alcanzado la mayoría de edad. En ese momento abandonó sus estudios. «Se casó y dejó de venir a clase», apuntan algunas excompañeras. Tres años después, en 2013, daba a luz a Mohamed y la vida le cambió. Tenía una nueva ilusión. A finales de verano iba a aumentar la familia. Estaba embarazada de casi cuatro meses. La vida le iba a sonreír de nuevo en forma de nacimiento. Una luz de esperanza se volvía abrir en su sombrío presente. Pero el miedo siempre estaba ahí. No se despegaba. Como tampoco su amor por el que tristemente sería su verdugo. Ali podía volver a ponerse violento y todos sus planes se podían ir al traste. Y así fue. El final de su historia parecía que lo tenía escrito hace tiempo.