Un investigador precinta la casa. | Alejandro Sepúlveda

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Estaban en la sala de su casa, a dos metros de distancia la madre del hijo. Ella boca abajo y el pequeño Mohamed en idéntica posición. A su alrededor todo estaba revuelto y había signos de lucha: cristales rotos y un teléfono móvil estampado contra el suelo. Esta es la dantesca escena que los investigadores de la Guardia Civil se encontraron cuando entraron en la vivienda de sa Pobla el lunes por la tarde.

Poco antes, habían saltado todas las alarmas. Ali Khouch, albañil de Nador de 35 años, con antecedentes por maltratar a su esposa Warda Ouchene, de 28, había enviado dos aterradores WhatsApps a su cuñado, en Valencia, y a su hermano, que viajaban en esos momentos de Marruecos a Mallorca. «Si quieres ver a tu hermana y tu sobrino están muertos en la casa», rezaba el primer mensaje. El segundo era simular: «He matado a Warda y al niño y ahora voy a suicidarme».

Por una ventana

La familia de la joven magrebí corrió horrorizada a la casa del número 43 de la calle Santa Catalina Thomàs, una céntrica vía. No podían abrir la puerta, pero encontraron un angosto ventanuco abierto, por el que se pudo colar un niño de 13 años, sobrino de Warda. Él se topó con los dos cadáveres en la sala. La mujer, embarazada, y su hijo yacían sin vida desde la madrugada del domingo al lunes. Todo apunta a que el crimen se cometió antes de la una y media, que es la hora en la que Ali Khouch intentó desesperadamente pedir un taxi: «Pagaré lo que sea», insistió en la centralita. Finalmente, bajó a Palma en su coche y la Benemérita cree que acudió a Son Banya, a comprar cocaína. Llevaba años de adicción. También al alcohol.

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De hecho, una de las principales hipótesis policial apunta a que el asesino discutió con su mujer por un asunto de dinero, como ocurría a menudo. Necesitaba costearse sus vicios. La reconstrucción de los hechos apunta a que primero atacó a Warda y después –alertado por los ruidos– bajó a la planta baja el niño, que dormía en el piso superior. Y también fue asfixiado hasta la muerte. Hasta el lunes por la tarde no se volvieron a tener noticias del albañil marroquí. Ya habían aparecido los cuerpos sin vida y fue entonces cuando llamó desde su móvil al 062, la central operativa de la Guardia Civil.

PALMA.
El coronel Alejandro Hernández visitó la casa del doble crimen.

Estaba deambulando por Palma, pero no podía especificar dónde, y se quejaba de que le dolía mucho una pierna. La Benemérita le pasó la llamada a la Policía Nacional, y una inspectora de la Sala contactó con Ali. Y lo mantuvo en el teléfono el tiempo suficiente para rastrear su ubicación. Contó que estaba junto a un torrente, que resultó ser el de la avenida México, en el polígono de Levante, y al resto de preguntas contestó con monosílabos. Estaba histérico: pasaba del llanto al abatimiento más absoluto. La triangulación del móvil, tras comprobar el repetidor más cercano, lo ubicó en un punto concreto y una patrulla policial llegó en pocos minutos. El homicida no se resistió. Lo trasladaron a la Comandancia de la Guardia Civil, en la cercana calle de Manuel Azaña, y a partir de ese momento su comportamiento se enfrió hasta el punto de que ayer se negó a declarar.

De Nador

La trágica historia de esta familia marroquí se remonta a hace diez años, cuando Warda y su primo y esposo Ali llegaron desde su Nador natal a Mallorca, como inmigrantes. Se acababan de casar, pero él ya había dado muestras de un carácter violento e inestable. Montó una pequeña empresa de albañilería y cuando las cosas parecía que mejoraban recibió su primera denuncia por malos tratos. Era el 2012, pero un año después su mujer, que estaba muy enamorada de él, la retiró. Se había activado el procedimiento habitual en estos casos y Warda entró en un programa de protección de mujeres maltratadas. El primer perdón a Ali coincidió con su misteriosa desaparición. Su mujer también dejó sa Pobla y se mudó a Manacor, pero poco después la familia se unió de nuevo y nació Mohamed.

La normalidad, sin embargo, era un espejismo y la joven, a sus amigas íntimas, les contaba que estaba aterrada por el carácter violento de él. Y que, incluso, temía por su vida. En 2018 llegó la enésima crisis matrimonial y Ali fue denunciado, otra vez, por malos tratos. Ella volvió a retirar los cargos, pero el asunto llegó a juicio. La pareja, como tal, estaba rota, pero el albañil intentó reconquistar de nuevo a su mujer y en enero de este año regresó a Mallorca. Había estado en Marruecos, pero su familia le apremió para que regresara: «Tienes que estar con tu mujer y con tu hijo».

Embarazo

Poco después, Warda quedó embarazada. Hacía la misma vida de siempre, pero todavía salía menos de casa. Sólo para llevar a Mohamed al colegio o para acudir al mismo supermercado, a hacer la compra. Luego volvía a su vivienda de la calle Santa Catalina Thomàs y tenía poco contacto con los vecinos. A sus amigas íntimas, en cambio, les contaba la realidad: su esposo estaba fuera de control y temía por su vida. Ali, por su parte, empezó su particular descenso a los infiernos, provocado por su adicción a la cocaína y al alcohol. Fumaba de forma compulsiva y dejó el trabajo. Tampoco regresó a casa y se alquiló una habitación. El acusado es el cuarto de diez hermanos, cinco de los cuales residen en Mallorca. Sus padres viven en Marruecos. El consumo de estupefacientes le llevó a autolesionarse y fue atendido en Son Llàtzer. También fue atendido en el Hospital de Inca, pero la vida de Ali se desmoronaba por momentos y en la madrugada del domingo al lunes discutió por última vez con Warda, la mujer que nunca le había fallado. La que le perdonó dos veces. Esa noche, tras estrangular a su esposa embarazada y a su hijo, el asesino parece ser que se perdió entre las chabolas de Son Banya. En busca de lo que se había convertido en su obsesión: la cocaína.