Varios vecinos, poco después del cierre del poblado. | Alejandro Sepúlveda

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Quién iba a decir, hace solo un mes, que sería Son Banya quién negaría la entrada a sus visitantes más ilustres: los yonkis. Pero la COVID-19 lo ha cambiado todo y el antiguo supermercado de la droga, un clásico en el narcotráfico palmesano, es ahora un gueto cerrado a cal y canto, donde son los propios residentes los que montan patrullas para que no se cuele ningún toxicómano desesperado. «Y que nos traiga el bichito ese».

Ultima Hora ha contactado con algunos de los vecinos del poblado gitano, que quieren mantenerse en el anonimato: «Ya saben que aquí no está bien visto que se cuenten cosas de lo que pasa dentro». La omertà funciona a medias, porque son algunos de los residentes los que quieren que se difunda su mensaje: «Que por aquí no venga ningún drogadicto porque no los queremos. Hay familias y niños y de momento no tenemos a ningún contagiado por el virus. Queremos que todo siga igual». En este sentido, quisieron matizar una información que publicamos en este diario sobre un gran despliegue policial para sacar a una vecina que tenía síntomas compatibles con el coronavirus: «Es cierto que vino mucha policía, pero queremos dejar claro que ha dado negativo en el test. No está enferma del virus».

Para asegurarse de que el poblado sigue, supuestamente, libre de toda mancha sanitaria algunos residentes se han organizado y patrullan el perímetro, incluso por las noches. La idea es que no llegue ningún toxicómano. O más bien que no entren enfermos potenciales.

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Los controles de la Policía Nacional, la Policía Local e incluso del Ejército son continuos en los alrededores de Son Banya (en especial en el Coll den Rabassa, la autopista y la zona del aeropuerto), lo que contribuye a aislar todavía más el asentamiento gitano.

Sin droga

La llegada de la pandemia ha dibujado una realidad desconocida en aquellas chabolas, desde donde llevan más de cuarenta años vendiendo de forma ininterrumpida cocaína, heroína, hachís, marihuana y pastillas. Ahora la actividad ilícita, tan lucrativa antes, está completamente paralizada y el pánico se ha extendido entre muchos vendedores. «Ni ellos quieren tener contacto ahora con los politoxicómanos que visitaban antes cada semana el poblado. Están muy asustados de contraer la enfermedad», refiere una fuente policial. Los principales narcos han emigrado a otras zonas palmesanas más productivas. Y seguras. A la espera de que pase la tormenta y puedan volver a vender el otro virus: las papelinas.