En Alcúdia, en noviembre, se llevó a cabo una exhibición por el 175 aniversario de la Guardia Civil. En la foto, efectivos del escuadrón de Caballería y guardias con el uniforme de época. | Alejandro Sepúlveda

TW
0

A principios de los 90, cuando pisé por primera vez la Comandancia de la Guardia Civil, en la palmesana calle de Manuel Azaña, un detalle me llamó poderosamente la atención: ese edificio era una ruina, pero sus moradores mantenían intacta la dignidad. Eran guardias civiles con una capacidad de sacrificio que rayaba en el masoquismo. Beneméritamente irreductibles.

Recuerdo el pasillo del sótano, donde estaba la Policía Judicial, Tráfico y Armas. Era tenebroso, con las paredes salpicadas de humedad y cubos para recoger el agua de las goteras. Pero, en cambio, esos hombres y mujeres hacían un trabajo diario extraordinario. Casi sin quejarse. Por vocación. La cantina era otro de los puntos neurálgicos, con decenas de agentes reunidos en la barra y en las mesas. En torno a un café. O algo más. Con el legendario Fernando Matilla contando sus épicas investigaciones por el barrio chino de Palma, cuando todavía lo visitaban los marines de la Sexta Flota americana. Y al fondo Biel Monrroig y Juan Vanrell esbozando una media sonrisa, cómplice. Esa casa ruinosa era lo más parecido a una familia. Una gran familia. En la que casi todo se relativizaba, porque muchos venían del horror etarra del País Vasco y sabían qué era lo que de verdad importa. Me fascinaba la pasión que el entonces teniente Bartolomé Del Amor le ponía a cada investigación que abría, aunque los medios a su alcance fueran insuficientes. Siempre apoyado por sus chicos del cuartel de Peguera: Marines Maimó, Manolo Porras... En esos años, para un joven periodista, no era fácil abrirse paso entre tanta burocracia impuesta por Madrid. Manolo ‘el gallego’ o Julito Molina, por entonces responsables de prensa, se sonrojaban cuando tenían que informar de un crimen en la Part Forana y sólo podían leer tres líneas de la novedad para prensa: «Es lo que hay, lo siento». Un: hasta aquí puedo leer, del Un, dos, tres.

Noticias relacionadas

La Comandancia, por aquellos años, la mandaban Francisco Gallardo, Luis Plaza o Gabriel Méndez. Con el cambio de siglo llegó otro mallorquín: Cristófol Santandreu, que ascendería a general lejos de su isla. O el efímero Francisco Javier García Peña, que descubrió tarde que en la Benemérita no se pasa ni una. Ni al jefe. Con el coronel Basilio Sánchez Rufo el cuerpo se modernizó y finalmente, en 2014, el hijo pródigo se hizo cargo de la Comandancia: Jaume Barceló llevaba toda la vida esperando su momento. Y no defraudó. Había sido, además, en su época de capitán de la Policía Judicial, responsable de que la transparencia informativa asomara en Manuel Azaña. La Glásnost de Gorbachov importada al instituto armado.

Ahora, la plenitud ha llegado a la Guardia Civil de la mano del coronel Alejandro Hernández Mosquera, el nuevo jefe. Y posiblemente el mejor preparado de todos. Un lujo policialmente hablando. Que además tiene en su segundo, el teniente coronel Antonio Orantos, a uno de los pilares del actual proyecto benemérito. Un tándem ganador. En estos últimos 30 años el momento más crítico ha sido el salvaje atentado de Palmanova, que sesgó la vida de los guardias Diego Salvá y Carlos Sáenz de Tejada. Pero aún en esos oscuros momentos, pese a tanto dolor, el cuerpo se mostró inquebrantable. Nadie ha podido doblegarlos en 175 años. Porque tienen algo único y especial: el espíritu benemérito.