Imagen de los boxeadores búlgaros Ruisi I. y Radostin M. el día de su pase a disposición judicial. | Alejandro Sepúlveda

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La Fiscalía solicita catorce años de prisión para los dos cabecillas detenidos acusados de explotar y agredir a mendigos en Palma. Los responsables de investigar el caso detectaron que Rusi I., de 31 años, y Radostin M., de 24, ambos boxeadores profesionales internacionales en la modalidad de MMA y de nacionalidad búlgara, maltrataron en Mallorca a al menos dos compatriotas, a quienes esclavizaron e, incluso, inyectaron anabólicos. En ocasiones, lo hacían en el pene para agrandarles el miembro y poder prostituirlos sexualmente con otros hombres. Así se desprende del testimonio de las víctimas.

Lo más llamativo del caso es que los dos indigentes que en su día denunciaron los hechos se presentaron ante el juzgado de Instrucción 9 (que instruye la causa), la Sección Segunda de la Audiencia Provincial de Palma y en un notario con la intención de retratarse y exculpar a los presuntos cabecillas de la red.

Las dos víctimas, junto con algunos familiares de Bulgaria, tratan de convencer a jueces y fiscales que se inventaron los hechos y que hay dos personas inocentes en la cárcel.

Por su parte, tanto el titular del juzgado de Instrucción 9 como la Sección Segunda de la Audiencia han denegado las peticiones de libertad de los acusados. Fuentes próximas al caso sospechan que las víctimas pueden estar siendo objeto de presiones, coacciones o amenazas por parte de la mafia búlgara.

Los investigadores apuntan que la mafia búlgara quería expandirse en la Isla y apoderarse del terreno de los gitanos rumanos. En un principio pretendían tomar las salidas de los supermercados, que ahora son operadas por los rumanos. La mafia envió a Mallorca a los dos sicarios-boxeadores para imponer la ‘ley del miedo’ entre los mendigos. Los indigentes dormían en un pasillo y comían de la caridad de los clientes de los súper. La rápida actuación policial permitió evitar la llegada de otras víctimas que ya estaban captadas. En el piso investigado se pudo comprobar que las víctimas dormían en unos colchones en el pasillo y comían lo que las personas que salían a hacer compras les donaban.