Algunos trabajadores de la pizzería Il Grotto, el día que la policía clausuró el negocio. | Guillermo Esteban

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«Solo vi al hombre una vez. Bueno, me contaron mucho de cómo utiliza a las mujeres. Gastaba mucho en ellas, una amiga fue víctima de eso, la llevó a un restaurante exclusivo», dice una exempleada de los locales afectados por la mafia laboral.

‘El hombre’ a quien se refiere es Juan Antonio S., uno de los empresarios implicados en la trama. «También hubo la parte sexual, es decir, una relación sexual con una mujer a cambio de un trabajo. Me contaron que una de sus chicas faltaba al trabajo por el hecho de que tenía algo con el jefe», prosigue la antigua camarera de uno de los bares, que prefiere mantenerse en el anonimato.

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Ella trabajó en uno de los negocios durante un trimestre en 2013. «Las condiciones laborales fueron muy injustas. Trabajaba 11 horas diarias, tres días a la semana y cobraba 300 euros mensuales». Con sus compañeros mantuvo una relación apacible a excepción del encargado de entonces. «Me insultaba e incluso usaba palabras racistas. En vez de animarme, me gritaba. Me tiró del pelo y me enfrenté a él. Supongo que se asustó, dejó de molestarme y de hablarme. Sin embargo, en silencio manipulaba la situación para que me echaran».

La policía investiga ahora si los restauradores captaban inmigrantes de la India o Pakistán. A cambio de dinero les ofrecían un contrato a largo plazo en Mallorca en sus locales.