Alejandro de Abarca, alias 'El enano', durante el juicio por la muerte de Ana Niculai. | Alejandro Sepúlveda

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Minutos después de rociar de gasolina y encender el coche en cuyo maletero estaba Ana Niculai, Alejandro de Abarca estaba «sonriendo, como feliz», según una vecina de Muro que se cruzó con él en ese momento. La versión de la testigo contradice la versión del acusado que señaló que estaba completamente atontado por la droga que había consumido y que no sabía cómo se había marchado del lugar. La mujer vio una gran columna de humo en el Camí de s’Amarador y se acercó a ver qué pasaba. Según contó, a unos ciento cincuenta metros del incendio vio venir al acusado: «Iba deprisa, en línea recta. Se cruzó con nosotras y nos dijo ‘buenas tardes’. Venía sonriendo, como feliz. Me extrañó esa actitud, que no comentara nada del incendio».

En la segunda sesión del juicio comparecieron unos quince testigos, varios de los cuales vieron a Abarca y a Nicuali ese día. De su relato se reconstruyen las últimas horas de secuestro de la víctima, desde que su captor la introdujo en el maletero del coche a primera hora de la mañana hasta las ocho de la tarde del 19 de julio de 2010 cuando incendió el vehículo. Lo primero que hizo Abarca fue ir a Son Banya a comprar droga y de ahí se fue por primera vez a Muro. A las once y media compró cinco litros de gasolina en la localidad, combustible que luego usó para incendiar el coche.

Un conductor le vio en torno a las dos y veinticinco cerca de Santa Maria, en la carretera vieja. Llamó a la Guardia Civil ante los extraños que hacía el vehículo que conducía. «Ponía en peligro nuestras vidas. Conducía muy mal. No era el típico conductor temerario que va deprisa, daba bandazos e iba haciendo eses». Además de por homicidio y secuestro, Abarca está acusado de conducir sin carné y de un delito contra el tráfico.

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Pinchazo

En torno a las tres estuvo en sa Gerreria y de nuevo volvió hacia Muro. En ese trayecto pinchó una rueda y terminó en un taller mecánico de Lloret. El empleado que le atendió contó que estuvo muy tranquilo las dos horas que se quedó allí y que se tomó varias cervezas que llevaba encima. Para poder cambiar la rueda del coche era necesaria una llave de seguridad que Abarca no tenía, de ahí la demora en una reparación trivial. El mecánico propuso al acusado mirar a ver si estaba en el maletero. Éste se negó. Le dijo que el coche era de una tía suya y que «si quitas el tornillo ya, te doy 500 euros». De hecho, llegó a enseñar un billete de esa cantidad que supuestamente le quitó a la víctima.

El acusado se marchó del taller a media tarde. A partir de ahí, las últimas dos horas de cautiverio de Ana Niculai son un misterio. Abarca dijo en su confesión que la tuvo atada en dos árboles en la zona de s’Albufera. Lo único cierto es que, en torno a las ocho, un vecino de s’Amarador vio pasar el coche por delante de su casa -lo había visto antes en torno a las nueve de la mañana y por eso le llamó la atención- y que sobre esa hora comenzó el incendio que alertó de lo que había ocurrido tras doce horas de secuestro.