El hijo de la víctima había salido por la mañana de casa, para trabajar. Se fue a las siete y volvió a las tres y media. Subió a su piso de la calle Aigua, número 6, en la plaza del mismo nombre, y llamó a su padre. No obtuvo respuesta de Sandor Cornel, un rumano de 52 años que trabajaba en una gasolinera de Inca, y lo buscó por el piso.
En su cuarto, tendido sobre la cama, se produjo el macabro hallazgo. El hombre tenía cinta americana en la boca, estaba vestido y calzado y tenía los brazos atados a la base de la cama. Las piernas también estaban inmovilizadas con cuerda.
El chico, de 23 años, salió corriendo de la casa y pidió ayuda a gritos. La Policía Local de Inca fue la primera en llegar y cuando se confirmó el fallecimiento el caso pasó a manos del Grupo de Homicidios de la Comandancia de la Guardia Civil de Palma.
Los agentes establecieron un control de seguridad junto a la casa y buscaron a los otros familiares del fallecido. Una forense y el juez de guardia, además de los investigadores, inspeccionaron la escena de la muerte y poco a poco fueron apareciendo indicios contradictorios.
Si bien por un lado parecía que se trataba de un homicidio, quizás debido a un ajuste de cuentas, luego cobró fuerza la idea de que Sandor podría haberse atado él mismo para quitarse la vida. Sin embargo, no había señales de golpes o lucha, por lo que no se pudo determinar la causa de la muerte.
Los agentes comprobaron que la casa estaba en perfecto estado, sin cajones revueltos o indicios de una irrupción violenta, y se entrevistaron con los vecinos del edificio de dos alturas para saber si habían oído algo extraño. Otros residentes en esa calle explicaron que apenas conocían a la víctima, ya que no hacía vida social. Otros apuntaron a que padecía depresión desde hace tiempo.
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