Se cumplen 48 años de un crimen espeluznante que tuvo lugar en el caserón de la calle San Felio de Palma | Jaume Morey

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Nunca quedó acreditado si el joven Juan Bauzá Lambert había leído «Crimen y Castigo», la obra capital de Dostoievski. En cualquier caso, el espeluznante asesinato de la calle San Felio, que sobrecogió a la puritana sociedad palmesana de 1964, siempre recordó a los investigadores la sangrienta novela rusa. Y abrió la puerta a una leyenda negra que aún perdura: la del palacete de San Felio, ahora propiedad del ex presidente Jaume Matas. Estos días se cumplen 48 años de ese atroz episodio.

Coloma Cruellas Verger había cumplido 70 años en esos días de mayo de 1964. Había nacido en la finca de Sa Coma, en Valldemossa, pero llevaba treinta años ligada a la poderosa familia Lacy. En el caserón de Son Felio ejercía de ama de llaves y de compañía de la señora de la casa.

Juan Bauzá, de 21 años, llevaba un año en Mallorca. Era soldado y había entrado a trabajar en la casa Lacy para sacarse un sobresueldo: a cambio de encargarse de la caldera y otras tareas domésticas, don Miguel Lacy Sureda le dejaba dormir en un cuarto del semisótano. La relación entre Coloma y el joven catalán era tensa, casi violenta. La anciana era autoritaria y no soportaba la desidia de Juan, al que controlaba metódicamente. Casi como en la novela de Dostoievski, donde el joven Rodion Raskolnikov se va obsesionando con la anciana Aliona Ivanovna.

El 9 de mayo, don Miguel y su fiel Juan acuden a la policía: Coloma lleva desaparecida desde la tarde del día anterior. Nadie se lo explica, porque es una mujer de rutinas, que nunca improvisa nada. El comisario abre una investigación, pero inexplicablemente nunca registra el palacete de San Felio. En los días siguientes, el anciano don Miguel y el soldado visitan las redacciones de los diarios locales, para que publiquen la fotografía de Coloma. Ultima Hora y el diario «Baleares», por ejemplo, se hacen eco de la misteriosa desaparición y recuerdan a sus lectores que la ama de llaves «salió de la casa de San Felio a las ocho menos cuarto de la tarde del día 8, para dirigirse a una clínica de la Rambla». Por supuesto, era falso. Juan Bauzá la había matado esa tarde, cuando ella entró en su cuarto y lo encontró descansando en la cama. La anciana le gritó y el soldado, enloquecido como Raskolnikov, la estranguló. Esa noche ocultó el cadáver bajo su cama y no pudo pegar ojo hasta que amaneció. Para entonces ya había decidido cómo deshacerse de ella: la despedazó con un hacha y fue introduciendo los restos en la caldera del palacete, que él hacía funcionar. Luego, tuvo que seguir fingiendo. A diario ayudaba al señor de la casa a buscar a Coloma, cuya cabeza había ocultado en una maleta. La presión psicológica iba minando al soldado, igual que en «Crimen y castigo». Cada día que pasaba era una tortura para él y finalmente, el miércoles 27 de mayo de 1964, se derrumba. A las ocho y media de la mañana se presenta en el despacho del jefe de la Brigada Criminal de Policía, cerca de la calle Soledad: «No pude contenerme, la cogí por el cuello», balbucea. A continuación relata el espeluznante crimen, con todo lujo de detalle. La prensa no sale de su asombro y definen a Juan Bauzá como «un joven bien parecido y de agradable aspecto», en apariencia incapaz de hacer daño a nadie. Raskolnikov es descrito de forma similar por Dostoievski. El comisario y sus agentes, por fin, registran el palacete y encuentran los restos aún no quemados de Coloma en una maleta y un bidón de aceite, en la habitación del semisótano, cerca del zaguán.

El soldado es arrestado y dos años después, en 1966, es juzgado y condenado en Barcelona, su ciudad natal. En ese aspecto tiene más suerte que Raskolnikov, que acaba sus días en Siberia. El asesinato y posterior despedazamiento de Coloma escandalizó a los palmesanos de esa época, sobre todo porque el asesino había participado activamente en la búsqueda de la anciana y parecía muy afectado. Sólo él sabía cuánto.