En las viejas taquillas, sala de prensa y planta noble de Es Fortí, los ‘okupas’ han habilitado más de una veintena de habitaciones donde malviven junto a ratas y excrementos, en algunas ocasiones con niños de corta edad. | Alejandro Sepúlveda

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Utilizando un símil futbolístico podemos afirmar que la delincuencia, en el estadio Lluís Sitjar, juega en casa. El viejo campo de es Fortí se ha convertido en un ‘hotel’ de ladrones, mendigos, ‘okupas’, agresores sexuales y prófugos de la justicia. Es más, el ruinoso estadio también se ha convertido en el refugio y centro de diversión de jóvenes que se fugan de los centros de internamiento o casas de acogida.


En los últimos meses, a pesar de la prohibición expresa de las autoridades y el cerramiento al que ha sido sometido el recinto deportivo, todo sigue igual.

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Recientemente, un joven de 19 años murió al acceder al interior del Sitjar e inyectarse una dosis de heroína. Al citado fallecimiento hay que añadirle la violación, por partida doble, que protagonizó el conocido ‘violador del Sitjar’ y que en estos momentos se encuentra en prisión preventiva. Los ladrones de cobre también han fijado su residencia habitual en Es Fortí y lo utilizan como complejo hotelero.

Al estadio se puede acceder tras saltar un muro de casi tres metros de altura. Una vez dentro el panorama es desolador: Más de una veintena de habitaciones improvisadas; ratas, suciedad, excrementos y botellas de orina esparcidas por todo es la tónica general de las viejas y ruinosas instalaciones. Lo peor de todo es que, entre toda esa basura, malviven más de 30 personas, entre las que hay algunos niños pequeños. Cabe destacar que los ladrones han agujereado el suelo del estadio y han expoliado hasta el último trozo de cableado y tubería existente.

El riesgo de derrumbe de cada día va en aumento. Algún nostálgico mallorquista también se ha atrevido a saltar los tres metros de muro para recordar viejas vivencias. Sin embargo, al ver el estado en que se encuentra el viejo estadio que tantos días de gloria ofreció a los bermellones, el mundo se le cayó encima.