Soledad Rebollar, de 36 años, durante la entrevista concedida a este diario. La joven sostiene que hubo negligencias gravísimas. | Alejandro Sepúlveda

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«He tenido que leer muchas veces en estos diez meses que la muerte de mi marido fue un accidente. Y ya no lo soporto más. Alejandro murió por una serie de negligencias gravísimas, no por un incendio que no era especialmente peligroso». Soledad Rebollar, madrileña de 36 años, sigue en tratamiento médico y arrastra una depresión desde aquel fatídico 6 de agosto del año pasado, cuando el bombero Àlex Ribas perdió la vida atrapado en un bar en llamas en la calle Andrés Feliu, de Palma. Ahora, representada por el abogado Miquel Àngel Mas, Soledad rompe su silencio en una entrevista exclusiva con Ultima hora, y exige respuestas.

-¿Por qué se ha decidido a hablar ahora?

-Es mucho tiempo de escuchar lo mismo por parte de la Administración: «Hicimos lo que pudimos, pero fue un accidente». Eso es mentira. Mi marido no estaría muerto si ese día no llega a fallar todo, que fue lo que ocurrió realmente.

-Ese día a Alejandro no le tocaba trabajar.

-Le había cambiado el turno de guardia a un compañero que se iba de viaje. Él siempre estaba dispuesto a ayudar. Entró por la mañana y a las seis de la tarde les avisan de un incendio en el bar Jamón Jamón, en la barriada de Blanquerna.

-¿Cuántos bomberos acuden?

-Allí empiezan los problemas. Por protocolo deben ir diez, pero van nueve. Dos de ellos eran mandos, un cabo y un sargento. Llegan y comprueban que el fuego no es muy importante, pero no saben de dónde procede.

-¿Cómo era el bar en llamas?

-De unos 400 metros cuadrados, con forma rectangular. Toda la planta baja de un edificio. Varios compañeros se quedan fuera y Àlex entra, con Juanga y Tomás, otros bomberos. La cámara térmica la lleva él. Es un aparato que mide las temperaturas. La prioridad era saber dónde estaba el origen del fuego. Juanga lleva la punta de lanza (la manguera) y Tomás tira de la manguera.


-¿Estaban comunicados con walkies u otro sistema de comunicaciones?

-Ahí está la clave. Hacía tiempo que Àlex me decía que tenía roto su intercraneal, un comunicador que llevan dentro del casco para hablar con mandos y compañeros. Era algo que le preocupaba, pero no se lo arreglaron por desidia de los jefes. Ese día lo tenía roto. Y de los nueve bomberos había unos que no lo llevaban y otros como Àlex que lo tenían inoperativo. Un auténtico desastre.

-¿Las radios que llevaban eran analógicas o las nuevas digitales?

-Eran las antiguas, las analógicas. Pero lo más grave, y este es un punto clave, es que las nuevas, las digitales, ya las tenían los Bomberos de Palma, pero estaban guardadas en un almacén. Ignoro el motivo.

-¿Qué ocurre después?

-Salen Àlex, el cabo Toni y Diego y hablan en la calle. No encuentran el foco del fuego. Se lo comunican al sargento. Además, hablar dentro con los walkies era muy complicado, no había buena cobertura. Como cuando ocurre con un teléfono móvil. Así mismo, el cabo no dice que el techo se está cayendo y corren peligro.

-¿Quién ordena que regresen al bar en llamas?

-El sargento les ordena que entren sin demora por la parte izquierda del local. Son Àlex, Diego y el cabo. Àlex va primero y de repente se cae parte del techo. Resulta que el foco estaba allá arriba, escondido. Caen aislantes térmicos y acústicos, placas y cables y todo se convierte en un caos. Además, todo está lleno de humo y no ven nada. El cabo y Diego pueden salir. Àlex intenta escapar por otro lado y se encuentra con Juanga y Tomás. Hablan los tres. El desastre es total, es como una tela de araña y están atrapados.

-¿Cuánto aire les quedaba en los equipos?

-A mi marido unas 95 atmósferas, que equivale a unos diez minutos. Pero es un tiempo relativo, porque si jadeas o respiras muy rápido el oxígeno se consume mucho antes. A Tomás le quedan 65 atmósferas y a Juanga 98. Lo comentan entre ellos. Empiezan a buscar la salida desesperadamente, pero pierden el control de la situación. Todo se viene abajo.

-¿Se desorientan?

-Los tres, porque la oscuridad es absoluta. Tomás consigue salir por la parte izquierda, ya sin aire. Juanga llega hasta el baño, pero no hay salida. Se quita la máscara y sabe que le queda muy poco. Cuando lo rescatan estaba a punto de morir. 30 segundos más y no lo cuenta.

-¿Y Àlex?

-Àlex también está atrapado, cuando lo encuentran ya se había quitado la máscara. El problema es que hasta que Tomás no consigue salir nadie de fuera se preocupó por los tiempos. El sargento les perdía por la radio que salieran, pero dos de los tres no tenían con qué escuchar.


-¿Es cierto que no había más botellas de aire de repuesto?

-Sí. Otra negligencia más. Tomás quiso volver a por Àlex, pero no había botellas. Dos sanitarios de una ambulancia le dejaron una. El chófer de los bomberos, Pedregosa, también intentó ayudar, y tuvieron que dejarle otro equipo de aire.

-Luego llegan los refuerzos.

-Venían de sa Teulera, con equipos de respiración, pero ya era tarde para Àlex. Algunos bomberos no entraron porque sufrieron un ataque de pánico, y esto es humano y no lo voy a criticar, y otros no entraron porque no tenían el equipo adecuado.

-Muchos fallos.

-Por eso vamos contra la Administración. Falló el protocolo de actuación, los equipos. Incluso los que llegan de refuerzo de sa Teulera eran dos bomberos, en lugar de los cuatro que tocaba.

-¿Hay ya un informe definitivo?

-Hace diez meses que esperamos.

-¿Cómo se enteró usted?

-Venía de trabajar y fui a recoger a mi hijo Adrián a casa de mis suegros. A las 18.00 horas había llamado a Àlex, pero no me había cogido el teléfono, porque ya estaba de camino al incendio. Cuando me iba a ir de casa los suegros me llamó Óscar, mi cuñado, y me dijo: «¿Dónde estás? Ha habido un accidente y Àlex está en Son Dureta». Yo intuía lo peor, fue una corazonada. Àlex llegó muerto al hospital.