Los padres del niño, en el banquillo de los acusados. | Alejandro Sepúlveda

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Miguel Àngel no había hecho los deberes. Su madre tenía prisa para llevarle a clase de taekwondo: «Le metí prisa y le mandé al baño para que se arreglara. Le pregunté por qué no había hecho los deberes. No me contestó. Le insistí y no me dijo nada y fue cuando le di un empujón».

El menor, que entonces tenía siete años de edad está desde entonces (6 de junio de 2006) en estado vegetativo. Ayer comenzó el juicio contra su madre y su padre adoptivos por un delito de lesiones y otro de maltrato habitual. En su declaración, la madre se distanció del relato que había hecho en la policía y el juzgado. Donde antes habló de varios empujones ahora señala: «Fue solo uno que yo recuerde, lo tengo borroso. Dio con los codos en la pared y vi que no se movía». Lo que sí negó de forma taxativa es cualquier episodio de maltrato anterior: «Por Dios, no. En ningún momento». Preguntada por su abogado, José Ignacio Herrero si se sentía culpable de lo ocurrido, dijo: «Sí».


La principal acusada, Maria de las Nieves Rapp, reconoció que no era la primera vez en la que su hijo perdía el conocimiento en la casa. Cuatro años antes se había caído de una estantería al intentar coger un juguete: «Me asusté y le cogí del brazo, pero se golpeó contra la barra que había en la cama». En aquélla ocasión logró reanimarle. Algo que no ocurrió en junio de 2006. «Le desnudé y le llevé al baño». Avisó a su marido. Según contó éste, le dijo que el niño se cayó jugando. Algo similar hizo cuando llegaron a urgencias, cuando tampoco mencionó el empujón: «No le di relevancia, lo importante para mi era que lo atendieran. Las explicaciones eran tiempo». Esta prisa contrasta con el hecho de que el empujón se produjo a las 18.30 horas. Sin embargo, la primera llamada que registran los servicios de emergencia fue una hora después, a las 19:28 horas. «A mi no me pareció tanto tiempo, yo solo quería reanimarlo y llamar a mi marido».


Moratones


Otro aspecto que tampoco pudo aclarar la acusada fueron el resto de moratones que tenía el niño. En toda la declaración, la madre echó mano de forma constante al pañuelo para limpiarse las lágrimas. Sin embargo, su tono de voz sólo tembló cuando vio la fotografía del cuerpo del niño después del suceso. Al ser preguntada por varias contusiones en la espalda que tenía el niño, señaló que para intentar reanimarle le sostuvo de pie contra la pared y que el menor se resbaló.


Buena parte de los interrogatorios fueron sobre el propio menor. Tanto sus padres como sus profesores coincidieron en que tenía problemas de coordinación motora que corrigió algo con el tiempo: «Era patosillo», señaló el padre. También los frecuentes arranques nerviosos de la madre que le llevaron a ser tratada por un psicólogo y a tomar hierbas calmantes. La acusada reconoció que en esos arranques solía gritar al menor, pero que su marido le calmaba.


El padre, acusado de permitir los malos tratos en la casa, aseguró que nunca vio al niño con marcas sospechosas y que, cuando tenía golpes siempre le fueron explicados por la que entonces era su mujer o por el propio menor: «No tenía por qué dudar de ella, confiaba plenamente».


De los tres profesores que declararon, sólo una manifestó que vio algún tipo de agresión. En el centro escolar se pidió orientación para los padres, pero nunca se activó el protocolo por un posible maltrato.