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Entre otras muchas cosas que a diario suceden en Puerto Príncipe, me llamó la atención ver las colas que se formaban frente a los camiones de los que de un momento a otro iban a sacar la comida para repartirla. Era -es, porque continúan- todo un espectáculo.
A un lado, los camiones, en el otro, los haitianos, y entre ellos muchos niños, y entre los camiones y los haitianos, los soldados de la ONU -ese día brasileños-, esperando órdenes para comenzar el reparto. Estaban sobre el puente de un río cuyas aguas gris verdosas, quietas y sobre las que flotaba la basura, emanaban una hedor espantoso. Junto a la tapia, un niño de no más de cinco años recibía de una marine unas chocolatinas que fue mordiendo, primero con timidez, luego con desesperación, mirando a un lado y a otro, temeroso de que alguien se las pudiera quitar.
Camino de Belladere, el último pueblo de Haití, junto a la frontera dominicana, donde voy a ver si encuentro al guardia civil mallorquín, me pregunto que a dónde llega, cómo se almacena y de que forma se administra lo que el mundo entrega a Haití. Y si esas ayudas humanitarias no llegan a todos -en algunas zonas vimos que no había llegado nada: ni comida, ni agua, ni tiendas de campaña-, por qué motivo es.
Mallorquina en Haití
Por espacio de una semana, la mallorquina Carmen Cabotá, responsable de Ayuda Humanitaria de Cáritas Española, ha estado en Haití colaborando con Cáritas Haití. Y ha estado viviendo en una tienda de campaña instalada en el denominado centro de operaciones que esta organización tiene en Puerto Príncipe.
Carmen llegó a Haití desde Santo Domingo, por carretera, en un coche conducido por un dominicano. «Tenía los ojos enrojecidos por el cansancio. Es un viaje que tardaré en olvidar, pues a lo largo del mismo no dejó de sonar ni un instante la bachata. Creo que el hombre ponía la música a todo volumen para no quedarse dormido, ya que llevaba muchos días sin descansar. Una vez en la frontera, cambiamos de vehículo, subiéndonos en una furgoneta haitiana que nos llevó hasta Puerto Príncipe, donde el caos reinaba por doquier. Caos en forma de atascos, escombros, vendedores ambulantes, asentamientos... A pesar de que llegamos algo tarde a las oficinas de Cáritas, observamos que en ellas se seguía trabajando sin descanso. Me llamó la atención, a la vez que me conmovió, ver el gran esfuerzo que estaban haciendo mis compañeros haitianos. Ni el cansancio, ni el dolor por las perdidas de sus familiares, podían con ellos. Y encima nos daban las gracias por estar allí, ayudándoles».
Como medidas preventivas, «y con el fin de no contagiarnos de posibles epidemias», cuenta Carmen, los médicos recomendaron no dar la mano, ni mantener contacto físico con nadie, «pero ante aquellos ojos de agradecimiento, la verdad es que no había recomendación que evitara que te abrazaras a ellos, o que les dieras un apretón de manos. Porque, sin duda, aquel contacto físico era la mejor forma de transmitir nuestros sentimientos, y ellos su agradecimiento. Desde luego, esos gestos eran mejores que las palabras.»
Carmen recuerda que el día a día era intenso. «Entre reuniones, visitas, encuentros, salidas, no parábamos... Un día, estando reunidos en el MINUSTAH (o base de Naciones Unidas) con miembros de la Agencia de Cooperación Española, de pronto apareció un hombre delgado y con barba canosa que nos agradeció lo que estábamos haciendo. Era Preval, el presidente de Haití».
Como hemos dicho, Carmen ha permanecido una semana en Puerto Príncipe. «El peor momento fue el de la partida. Por una parte nos entró una gran tristeza, pero por otra el deseo de regresar pronto a este país, no solo para colaborar en el trabajo diario, sino para abrazar a nuestros amigos haitianos. ¿Lo que más me ha sorprendido de esta catástrofe? Ver que después de haberlo perdido todo, cómo esta gente está luchando para sobrevivir»