Sopa de cebolla

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Una de las mayores desgracias del inicio del verano es lo mucho que tardaremos en volver a comer sopa de cebolla. Cinco o seis meses quizá porque lo peor del calor es que veta la ingesta de sopa de cebolla, en francés soupe á l’oignon, que los italianos llaman zuppa di cipolle, sin que por ello deje de ser exageradamente francesa. Imposible comerla a más de 25º y no digamos a más de 30º. Eso de lo peor o lo mejor es algo subjetivo, personal y maniático, por lo que probablemente habrá gente que considere que el cambio climático y el tórrido verano provocan cosas peores. Pero para mí lo peor es que no puedo comer sopa de cebolla, un manjar exquisito que exige zampárselo con guantes y bufanda, a ser posible de noche ante una ventana con los cristales empañados. Dumas aseguró que era ideal para borrachos, libertinos y gentes de mal vivir y añadiré que también para personas razonables. Y para qué la voy a guisar si no me la comeré hasta diciembre, con suerte. No puede ser. En cambio, si no puedo hacerme sopa de cebolla, al menos puedo escribirla. Para matar el gusanito. Es una elaboración simple, aunque lenta y trabajosa. Vean cómo la hacía yo, porque quién sabe si la volveré a hacer. Se ponen en la olla, con aceite y mantequilla para afrancesarlas, media docena de cebollas cortadas en juliana a fuego muy lento y se dispone uno a tener paciencia. Removiendo de vez en cuando, la cosa puede tardar casi una hora, por lo que hay tiempo de escribir un soneto licencioso, con o sin cebollas. Luego se echan dos o tres cucharadas de harina y se sigue removiendo. Entonces es el momento de una dosis generosa de vino blanco y avivar el fuego. Y esperar. En la sopa de cebolla hay que esperar mucho. La receta canónica dice que después vienen un par de litros de caldo de carne, pero si es de verduras, tampoco pasa nada. Como tampoco si en lugar de brandy francés añadimos un buen whisky. Sal y pimienta al gusto. Mientras esperamos que se cueza podemos tostar rebanadas de pan y rallar queso de gruyere. Se sirve en cuencos que se pasan por el horno para que se gratinen. ¿Y escribirlo da tanto gusto como comerlo en noches frías? Para nada. Pero algo es algo.