Antonio Planells
Antonio Planells

Experto en navegación aérea

Europa no puede seguir rehén del cielo francés

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En pleno verano, miles de vuelos son cancelados o desviados por la huelga de controladores aéreos en Francia. Una vez más. La escena se repite año tras año con puntualidad suiza, pero el problema no es sólo francés: es europeo. El espacio aéreo de Francia es, literalmente, el corazón del tráfico aéreo del continente. Lo sobrevuelan aviones que conectan Alemania con España, Reino Unido con Italia, Países Bajos con Portugal. Cuando se paraliza, Europa entera tose.

Las demandas de los controladores son comprensibles. Piden mejoras tecnológicas, más personal y condiciones laborales dignas. No se puede gestionar el 20 % del tráfico europeo con equipos y plantillas que parecen ancladas en los años 90. Pero también es legítimo que los ciudadanos –y especialmente los millones de pasajeros atrapados entre terminales y pantallas de ‘cancelado’– se pregunten hasta cuándo.

Ryanair, EasyJet o Airlines for Europe (A4E) no se cansan de pedir a la Comisión Europea que actúe. Que se aseguren los servicios mínimos, que se mantengan los sobrevuelos, que se refuerce el papel de Eurocontrol como garante de la continuidad del tráfico. Y tienen razón: lo que está en juego no es solo el derecho de huelga –intocable–, sino también el principio de libre circulación dentro del mercado único. Francia no puede seguir siendo el cuello de botella estructural del transporte aéreo europeo.

La propuesta más razonable no consiste en prohibir huelgas ni en suplantar competencias nacionales, sino en exigir lo que ya hacen otros países como España: garantizar un mínimo de continuidad. Si Francia no quiere prestar esos servicios mínimos, el sobrevuelo podría ser asumido por centros alternativos, como el de Maastricht, que ya gestiona parte del espacio aéreo superior europeo. También cabría establecer una alerta temprana de huelgas para reorganizar el tráfico con antelación suficiente, algo que ahora mismo ni la autoridad francesa responsable de la aviación civil ni los sindicatos están obligados a proporcionar.

La verdadera solución exige voluntad política. Igual que el cielo único europeo lleva décadas atascado entre intereses nacionales y burocracias institucionales, la gestión de crisis aéreas se queda en manos de los Estados. Pero cuando la huelga de un país afecta a cientos de miles de pasajeros en rutas que no pisan su suelo, no estamos ante un problema doméstico. Es una disfunción estructural del sistema europeo de transporte.

Europa no puede aspirar a ser un espacio común sin mecanismos comunes para proteger sus conexiones. No puede avanzar en la descarbonización del sector aéreo mientras tolera miles de kilómetros de desvíos innecesarios. No puede hablar de competitividad y resiliencia con un modelo donde un conflicto local puede colapsar la red continental sin contrapesos.

La solución no es fácil, pero la pasividad es inaceptable. Si no se actúa, la próxima huelga será igual o peor. Y con ella, la misma indignación de siempre, los mismos retrasos, y el mismo silencio institucional.

Ha llegado la hora de abrir el debate y despejar el cielo europeo.