Las culturas van y vienen; nacen, crecen, se reproducen y mueren. La del hierro, la del bronce, la del plástico. La tecnológica. Los idiomas también cambian, se marchitan, se devoran unos a otros, se vuelven incomprensibles. Quién sabe cómo se dirá mañana «Yo no he sido», o «¡Nos atacan!», o «Qué mierda es esto», por citar expresiones sencillas.
Quizá suenen como una algarabía de macacos. Pero en todas las civilizaciones humanas hay algo que no cambia. Todas están basadas en castigos y recompensas, normalmente muchos castigos y pocas recompensas. Filósofos, militares y clérigos, así como diferentes fuerzas sociales, se dieron cuenta de este detalle, y decidieron conceder premios a individuos y colectivos, a fin de equilibrar las cosas en beneficio de la estabilidad social. Premios a porrillo, hasta morirse era merecedor de premio (la gloria eterna), siempre que lo hicieses por Dios y por la patria.
Hasta que llegamos a esta era tecnológica, del plástico, en la que a diario se reparten toda clase de premios, honores, medallas y distinciones. Con o sin dotación económica. Galardones y recompensas más o menos prestigiosas, entre las que no faltan las instituciones que otorgando muchos premios, se premian básicamente a sí mismas. La cultura del premio, sí señor. Hay premios para cualquier actividad, para todo, incluso los escritores son susceptibles de merecer un premio, o más de uno. De hecho, un premio ya no es suficiente, hay que coleccionarlos para destacar. Actores, cineastas, deportistas, tipos que saltan, corren, pelean, meten goles o canastas, formulan ecuaciones, cantan, cocinan, tienen una idea, pedalean rápido, diseñan sillas o edificios monumentales, inventan un vestidito.
Lo que sea, pues todo puede aspirar a ser premiado. Si consultas en Google cualquier personaje vagamente conocido, pasma la larga lista de premios que atesora. Pero claro, hacen falta más, pues la lista de castigos tampoco ha dejado de crecer desde el neolítico, y son cada día más sofisticados. Quizá en esta cultura del galardón haría falta un premio ejemplar para el sujeto capaz de llegar a la ancianidad sin haber recibido jamás un premio. Qué agallas las suyas. Qué heroísmo.
Sin comentarios
Para comentar es necesario estar registrado en Ultima Hora
De momento no hay comentarios.