Javier Mato
Javier Mato

Periodista

Las polémicas inventadas

TW
0

Había contactado con este empresario por mi trabajo como periodista. Me interesaba porque él tenía mucho conocimiento de los polígonos industriales de Palma y eso era una fuente potencial de noticias. Ya saben, compras, ventas, irrupciones en el mercado, crisis y abandonos, etcétera. En unos meses llegamos a tener cierta confianza.

Un día me llama para verme. Acudo a su oficina contigua a la plaza de los Patines. Tras una introducción banal, me dice que tiene pensado crear una asociación de propietarios de fincas urbanas y que necesita asesoramiento mediático para poder proyectar la imagen de la entidad en la sociedad. A través de varias reuniones, acordamos un plan de trabajo, una retribución, y echamos a andar. Básicamente aquello consistía en emitir comunicados periódicos y, ocasionalmente, alguna rueda de prensa.

A mí, con el tiempo, me pareció que sería conveniente que además de mi amigo, presidente de la asociación, hubiera algún otro portavoz. Se lo indiqué, pero no me hizo caso. Al cabo de un tiempo, insistí, sin respuesta. Más adelante volví a recordárselo y él, finalmente, me vino a decir que si era tonto o no me daba cuenta que la asociación en realidad no existía, que sólo era él y nadie más.
Es decir que el debate público de aquella Mallorca prehistórica ya estaba siendo nutrido por una inexistente asociación de propietarios de fincas, a la que contestaban los demás agentes. Yo me alejé, pero durante muchos años mi amigo siguió ocupando una prominente tribuna mediática como si detrás suyo hubiera alguien.

Este caso me llevó a hurgar sobre quien es que realmente convoca a los medios. Lo que me condujo a un diagnóstico terrible: más de la mitad de las supuestas organizaciones, no representan a nadie. Así es como se explica que algunas manifestaciones convocadas por cien entidades sociales cuenten apenas con la presencia de treinta personas, lo que es un escándalo evidente. Encima, las organizaciones que sí existen suelen lanzar mensajes que no siempre son compartidos por sus bases, lo cual añade ruido a la esfera pública.

En consecuencia, podemos decir que en Baleares -y me temo que lo mismo ocurre en el resto del país- existe un debate público parcialmente irreal en el que entes que pueden ser inexistentes defienden posturas ante otras organizaciones que, con frecuencia, tampoco son nadie. El público, que sí existe, contempla estos debates como si fueran reales, y tiende a alinearse con esas posturas que en muchos casos carecen de sustancia. En otras palabras, se construye el posicionamiento, se crea la división, se organiza la tensión para alinear a la sociedad detrás de cada uno y después comienza otra realidad, muy sesgada.

Salvo en unos pocos asuntos, los ciudadanos no están posicionados originalmente. Pero da igual, los medios los hemos acostumbrado a que hay un debate, a que existe tensión, a que hay posturas contrapuestas. Hoy, con Internet y las redes sociales, usted mismo puede crear una web y una dirección de correo en nombre de cualquier colectivo sin que nadie vaya a comprobar nada. O sea que no hemos mejorado. De hecho, un grupo numeroso de defensores de la independencia escocesa, muy activo en redes, está callado desde el pasado doce de junio, cuando Israel bombardeó cierto edificio de Teherán. ¡Oh, sorpresa!

Esos debates ficticios, inexistentes, locales o incitados por terceros, son importantes porque se representan como reales y dividen a la sociedad como si fueran verdaderos. O quizás magnifican debates reales, existentes, pero que son mucho menos crudos. La mayor parte de los temas en los que usted y yo estamos pensando y que nos confrontan han sido construidos de esta forma. Históricamente, esta es una especialidad de la izquierda, mientras la derecha dormía su sueño eterno. Con las redes sociales, sin embargo, la derecha radical probablemente se haya convertido en dominante de este escenario. (Por supuesto, la otra derecha sigue durmiendo.)

Hoy, cuando uno ve la tremenda división y enfrentamiento de este país, suele ignorar que todo el mundo, con más o menos descaro, se inventa o agudiza posturas sociales. Supongo que nada de esto nos viene de nuevo, salvo la vergüenza de cómo incluso hoy mismo nos obligan a reflexionar sobre estupideces que se le han ocurrido a un individuo con intereses ocultos. Que nos vendan eso como una representación y no como una asquerosa manipulación de la realidad es lamentable.

Los medios y las redes, como decían MacCombs y Shaw en su teoría de la agenda setting, seguro no deciden qué pensamos pero, sin duda, sí sobre qué. Marcan nuestra agenda.