Ya no tenemos Isla

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Si hay un espacio geográfico superfotografiado en el planeta, pues ese debe ser, además de Japón o el parque de Yellowstone (con su oso Yogui), nuestra Mallorca, por cierto tan horrorosamente retratada y gentrificada ahora. Cualesquiera que investigue la fotografía histórica y las postales viejas baleáricas se da cuenta de que fue, el nuestro, un espacio muy bien fotografiado. Y cualesquiera que se embadurne en las redes sociales se da cuenta de que la Isla se ha chacabanizado con tanto selfie e influencers y tanta –me perdonen ustedes– marabunta con su correspondiente huella de carbono renovable, sostenible y resiliente. En Mallorca los mallorquines ya no pintan nada, hemos perdido hasta el territorio. Pero si es que ya no tenemos Isla.

Seguramente con las fotografías históricas de Mallorca se podría reconstruir todo nuestro pasado desde mediados del siglo XIX. Fue precisamente entonces cuando en la palmesana cuesta nueva de Santo Domingo don Octaviano Carlotta y Romey, más su socio el señor M. Grandin, fotógrafo parisino, pusieron un estudio (1859) para que los mallorquines pudieran ser retratados. Antes ya Julio Virenque y Francisca Simó había montado un estudio. En 1861 fue un artista parisino, Casterét, quien hacía retratos en su casa palmesana de la calle nueva del Carmen, etc. Luego vendrían infinidad de fotógrafos, algunos muy buenos.

Nacido en Núremberg en 1927, el fotógrafo alemán Werner Stuhler estuvo en Mallorca a principios de la década de los setenta. De su paso por la isla de la Calma nada sabemos salvo que dejó una docena de fotografías, vistas hoy, muy formales y a la vez de gran calidad que se encuentran en la F.C. Gundlach Foundation de Hamburgo donde se guardan los fondos de otros fotógrafos importantes como Toni Schneiders y Peter Keetman. Werner vivió primero en Lindau (Baviera), fue prisionero de los ingleses en 1948 y ya casi veinte años más tarde descubrió su verdadera vocación, la de ser fotógrafo.

En ese sentido en 1959 obtuvo el International Photography Year Book que se daba en Londres, un año después comenzó a trabajar para varias revistas en las que publicaba, digámoslo así, sus fotografías más clásicas. Para ello comenzó a viajar por Italia, Suiza, Cuba, España y a comienzos de la década de los setenta, en pleno boom turístico, recorrió y fotografió Mallorca de cabo a rabo: Puerto de Alcúdia, Porto Cristo y Santa Ponça con sus bikinis, Valldemossa, no podían faltar los olivos retorcido de la Serra de Tramuntana, nuestros monumentos más relevantes –la Catedral, la Lonja, el castillo de Bellver–, Ses Païsses (de mi querido Antoni Picazo y el Ché), más los paisajes idílicos y paradisiacos como Pollença o el cabo Formentor. Editó sus imágenes viajeras en numerosos libros.

A la vez que hacía estas fotos más turísticas trabajaba en una fotografía experimental con instantáneas solarizadas, con tonos enmascarados o impresiones negativas. Ese tipo de trabajos lo convirtieron en un fotógrafo artístico muy original y valorado en Alemania. Murió en 2018 en Hergensweiler, cerca de Lindau, Baviera.