No pude decir, solo sentir
Me encontraba a miles de kilómetros de la Isla. Estuve con intervalos de días sin cobertura. En uno de los momentos que podía, revisé mis mensajes. Cribé los imprescindibles. Un amigo me decía con su voz grave de bajo que Jaume Santandreu nos había dejado. Llamé a su marido y protector, Miquel Àngel. Al oír su voz me quedé sin habla. Lo notó y con un «Miqueeeel» que retumbaba dolor, me lo contó. «No te preocupes; él me comentaba sobre la conexión que había entre vosotros». Pude recobrar la voz y le dije: «Es que he perdido al amigo del alma». Me contestó con un desgarrador: «Tú has perdido un amigo, yo lo he perdido todo». Quedamos en vernos a mi regreso. Desde el alma, sentí que los pobres eran más pobres; que la literatura había perdido a un enorme poeta. Su prosa solía ser para el predicamento. Su poesía era el legado de su alma. Sentí que la Iglesia había perdido su contrapunto. Jugaba y se divertía con la paradoja. Se ufanaba de sus contradicciones. Sabía que quien presume de no tenerlas es un hipócrita o un indigente emocional. Nos reíamos de los ‘don Perfectos’, suelen ser los peores. Utilizaba la provocación para agitar a los fariseos. Destilaba humanidad. Por ello sentenciaba aquello de que «cada vez entiendo menos y comprendo más». Sus parábolas ingeniosas provenían de su amor a sus raíces campesinas. Ejercía la profecía con normalidad. En uno de sus libros, La tiara, predijo que el próximo papa sería peruano. León XIV, aunque nació en EEUU, su historia es peruana. Tiene doble nacionalidad. Amaba Perú; había pasado años como misionero. Pero se dio cuenta que su labor debía ejercerla en su tierra. Le esperaban los marginados. Hace meses que noté que tenía un aspecto preocupante. Se lo comenté y simplemente sonrió. Me pidió leer uno de sus últimos libros. Le comenté que me temía que no lo entendieran. No lo publicó. Era un ejercicio de simbiosis entre él y su adorado referente literario que pretendía liberarlo y humanizarlo desde la veneración y profunda amistad. De las tres formas de llegar a la sabiduría, según Confucio, se puede hacer desde la intuición, la más inteligente. La mimética, que es la más sencilla. Y desde la experiencia, que es la más dolorosa. Él llegó por las tres. Tenía interiorizado que Jesucristo era su referente, pero también sabía que la religión abandona la verdad por la liturgia. Amaba la verdad profunda. Vivió con y para los pobres, no como algunos presuntuosos, que viven de los pobres. La síntesis de su predicamento era ‘ama y haz lo que quieras’. Can Gazà es un referente, su palacio episcopal, una comuna donde se puede oler la solidaridad y generosidad. Su única asignatura pendiente era su incapacidad para amarse. Creo que amaba tanto, que no le quedaba para sí mismo. Por ello siento que ha dejado su materia para volver al polvo. Su alma sigue entre nosotros.
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