Un bostezo en la grada

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Unos instantes antes, las cámaras habían enfocado el reloj de la pista. Señalaba cuatro horas y cuarenta y tres minutos. Estábamos en el quinto set, y Alcaraz, con tres juegos a dos a su favor ante Sinner, acababa de conectar una volea imposible y se ponía quince a nada. En ese momento, el realizador de televisión eligió las imágenes de las gradas que le ofrecía otra de las cámaras y en ellas se vio casi en primer plato a un señor aplaudiendo aquel último punto mientras abría la boca en un largo bostezo.

Ignoro si era de aburrimiento, de hambre, de sueño o de todo a la vez, porque yo mismo, en esas cuatro horas y cuarenta y tres minutos, había tenido tiempo de echar una siesta, ponerme un capítulo de una serie policíaca, merendar y tomarme un café con leche con unas galletas antes de avenirme a sentarme, rendido por fin ante el histriónico griterío de fondo, a ver ese último set. No sé tampoco si acabará llegando el día en que, tal como auguran algunos, los partidos de tenis, como todo lo demás, durarán lo que dura un vídeo de Tik-Tok, medida que sirve en la actualidad para determinar la capacidad del ser humano para mantener la atención en un mismo asunto sin distraerse.

Por de pronto, esas cuatro horas y cuarenta y tres minutos que muchos llevaban ante el televisor o sentados en las gradas de la Philippe Chatrier habrían dado para ver la producción completa de bailes, chistes, recetas o consejos financieros del más prolífico de todos esos creadores de contenido en el último año. Y todavía quedaban otros tres cuartos de hora y un súper tie-break. A mí me hubiera dado para otro capítulo.