Joan Enric Capellà i Cervera
Joan Enric Capellà i Cervera

Emprendedor y geógrafo

Cuando desaparece la autoestima territorial

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Hay un cántico autóctono que suele oírse en situaciones etílico-ociosas que arranca con: «No en volem cap que no sigui dels nostros…», y la terminación es «… no en volem cap que no vagi ben gat». La significación de ‘no en volem cap’ expresa una exclusión, de no pertenecer al grupo por falta de denominador común.

Denominador común… ¡Sería interesante preguntar a los estudiantes actuales si aún conocen el significado matemático de dicha expresión! En el lenguaje ordinario, el denominador común se usa para expresar las características comunes que hay en un grupo.

Si hiciéramos alusión al grupo de humanos que vive en cada una de las islas de Baleares: ¿Qué denominador común podríamos encontrar en todos ellos? El físico-biológico no tiene discusión, ya que todos tenemos la nariz en medio de la cara. El espiritual, de facto, tampoco, por todos pertenecer a la misma unidad (las creencias de cada cual seguro que ya no serían una cuestión común).

En cambio, si entramos en otras variables para medir qué grado de comunalidad hay en la población de Baleares, veríamos un amplio espectro de particularidades (por oposición a común) como, por ejemplo: años de vivencia en el territorio, propósito de estar viviendo aquí, cultura, religión, poder adquisitivo, comportamiento… y un largo etcétera.

Personalmente, soy del vaso medio lleno y suelen reprocharme cierto grado de utopía, por lo que tiendo a ver lo que nos une y no lo que nos separa. Aunque, con las estadísticas de población en mano, nos encontramos con que variables objetivas y fácilmente medibles como lugar de nacimiento, nacionalidad o empadronamientos indican que la población de Baleares cada vez tiene menos en común y es más diversa.

Sin entrar en procesos globalizadores ni discusiones de esta índole, la realidad social de Baleares es muy variopinta tanto en lo objetivo como en lo subjetivo. Nada nuevo comparado con las grandes capitales mundiales, pero sí muy diferente a muchísimos territorios del mundo (me aventuro a decir que la mayoría) que sí mantienen mucho más en común entre sus habitantes, comparado con la realidad de Baleares.

Que nadie me malinterprete, no hay nada malo en la diversidad. De hecho, la humanidad es diversa en todos sus ámbitos. Incluso los territorios que antes comentaba, que tienen pautas demográficas mucho más comunes que Baleares, enfrentan la diversidad en su raíz: mentalidades, ideologías, estatus social, motivaciones, orientación laboral…

Sin embargo, cuando la diversidad demográfica se une a la cultural y comportamental, es cuando podemos reconocer que un territorio tiene escaso denominador común. Si un territorio queda desprovisto de un grupo humano con ciertas pautas comunes, esa porción de tierra pierde el carácter de ‘territorio’ para convertirse en eso: una porción de tierra habitada por un conjunto de personas con tal extremo de diversidad que no trabajan ni se relacionan con un objetivo común.

¿Dónde queda entonces el apego al territorio? Precisamente, más de un 95 % de los mallorquines quiere que haya más autoestima, según el estudio que hizo Homo Turisticus. ¡Un 95 % significa prácticamente todo el mundo! No obstante, he escrito ‘mallorquines’ adrede, porque el estudio (que sigue ampliándose) en su primera fase tuvo un sesgo positivo hacia los habitantes autóctonos en detrimento de los alóctonos.

Los autóctonos son el único reducto que queda de denominador común en Baleares. La diversidad demográfica y cultural sobrevenida por una historia socioeconómica contemporánea ligada al turismo ha llevado a los territorios de Baleares a pasarse de frenada.

Está estallando el acceso a la vivienda, la percepción de exceso de intensidad turística, el aumento de los costes y del nivel de vida, y también la falta de denominador común. Cuando Baleares se mira al espejo y ya no se reconoce, se pregunta: Cap a on anam?