Aventuras singulares

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No les pasa, que a veces les vienen a la cabeza palabras o frases que pronunciaba algún familiar muy querido que ya no está? A mí sí, y muy a menudo. Son expresiones graciosas utilizadas en el momento exacto en que son necesarias o simplemente adecuadas. No podemos recordarlas sin esbozar una sonrisa o, incluso, soltar una carcajada. La semana pasada, cuando el volcán Etna entró en erupción, pudimos ver a toda una fila de gente –turistas y excursionistas– corriendo ladera abajo como si no hubiera un mañana. La verdad es que la visión de aquel esperpento, lejos de despertar preocupación en los espectadores, lo que hacía era provocar una risa floja. Me imagino que para algunos tal vez será la anécdota de su vida (y que la contarán a sus nietos). Está bien contar con un buen número de aventuras singulares para pasar a la posteridad. Para nosotros, al otro lado de la pantalla, aquello era impensable. Gente corriendo con sus nordic walkings volando por los aires, y más y más gente girándose a ver si aquello les alcanzaría y, al mismo tiempo, aprovechando para hacerse fotos. Estirando los brazos para conseguir un selfie. Qué está pasando –me pregunto yo–, para que tantos millones de personas necesiten certificar con una imagen el desastre que están presenciando y el peligro al que se han expuesto. Porque la verdad es que ya no nos asombra ni nos sobrecoge nada. Cuando hay mucho de algo este algo deja de tener interés. En fin, que menuda escena… Y aquí es donde se me aparece mi padre –un excelente ejemplar de trágico y humorista–- diciendo: I quines feines hi tenien, allà? Esta era una de sus frases estrella cada vez que ocurrían ciertas desgracias, para él evitables. Se la oí decir cientos de veces. También nos lo decía a nosotras cuando no quería que fuéramos a alguna parte. Quines feines hi teniu… Y no salíamos de casa.