Roman Piña
Roman Piña

Catedrático emérito de Historia del Derecho en la UIB

El monasterio de Sijena y Costitx

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No sabemos cuál debió ser el asombro de Juan Vallespir, que paseando por sus tierras de Costitx, un buen día se encontró en una cueva los tres toros en bronce, dicen que de la cultura talayótica: ‘Los toros de Costitx’. Supongo que, entre la consternación y el alegrón, lo primero que hizo fue contactar con el alcalde y luego poner los cuernos a buen recaudo.

Vallespir no era tonto. Sabía que poco haría quedándoselos. ¿Dónde ponerlos? Se los robarían, como ya le habían robado un par de cabras la semana anterior. Aquello podía valer un fortunón. Era el año 1895. Aún faltaban generaciones para que naciese Maria Antònia Munar, la ‘princesa’. Ella hubiese construido en su honor un santuario. De ahí que nuestro vivaracho payés conectase con algún sabut de Ciutat y comenzase su operación de venta. La Societat Arqueològica Lul·liana había nacido cinco años antes. Su fundador, Bartomeu Ferrà, sabía que su misión era la de recoger objetos artísticos para evitar su destrucción, pero Vallespir pedía mucho. Total, que los de Madrid, se llevaron los cuernos al Museo Arqueológico Nacional. Allí los vería mucha más gente y además pagaban 3.500 pesetas. Una barbaridad. Voy al dietario de mi abuelo Antonio Piña y miro lo que por aquellos tiempos pudo comprar con una cantidad como esta. Cualquier cosa. Veo que al año siguiente, en 1896, gastó cuatro mil para construir Son Bona Vista, la emblemática finca de Bunyola en terrenos de su mujer.

Total, los toros se vendieron muy bien. Cualquier mallorquín hubiese preferido una buena casa de campo en lugar de los toros. A día de hoy, me pregunto quién los recompraría con su propio dinero. Més per Mallorca y el PI han pedido su devolución. «Basta de expolios. Los toros son nuestros, deben regresar», y aunque no hablan de dinero, se supone que no irán a pagarlos ellos ni sus respectivos partidos.

Algo parecido está sucediendo hoy con los frescos de Sijena. Fueron ‘salvados’ por la Generalitat en 1936, y ubicados en el Museo Nacional de Arte de Cataluña. Una excelente operación. Se conservan adheridos a sus paredes, aunque algunos, al parecer, han viajado por ahí. Los sijenenses, bueno, las monjas de Sijena, titulares del monasterio medieval de donde fueron sustraídos, los reclaman. Llevan años pidiéndolos. ¿Qué hacer? El Tribunal Superior de Justicia de Aragón ha dictado sentencia a su favor. El presidente Salvador Illa, que está por Japón, dice que habrá que encontrar una solución. Yo apuesto porque se queden en Barcelona. Se superarán riesgos, pero respetando derechos de propiedad y las sentencias judiciales. Habrá que compensar a las monjas, como mínimo con un alquiler adecuado al caso. Y si los catalanes no pueden pagar, será cuestión de pedir una ayuda a Madrid, que seguro llegará mientras Pedro Sánchez gobierne. Todo arreglado.

Pido a mis nietos, estudiantes en Madrid, si ya han ido a ver los toros de Costitx. ¿Qué toros? No tienen ni idea de lo que son. ¡Menuda vergüenza! No se estudia historia, como no sea de la conquista catalana para acá. Todos saben lo que es una estelada, pero nadie lo que era un foner, ni la cultura micénica –¡Román no te pases, que hoy te dejamos sin comer!– escucho al otro lado del escritorio. Perdón queridos lectores, ja mos veurem.