Gemma Marchena
Gemma Marchena

Periodista especializada en municipal (Palma)

Cambio

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No hay mejor sondeo sociológico que la puerta del colegio. Mientras esperamos a que la chiquillada salga de la clase, en el patio se desgranan los grandes temas que mueven la Isla y también el universo conocido. A mediodía, mientras el sol atiza sin piedad en un colegio público sin apenas sombra, los padres nos refugiamos bajo el único árbol. Y entonces salen las verdades. Un padre cuenta su plan para el fin de semana: «Ya no vamos de restaurantes. Nos juntamos en casa de un amigo y todo el mundo lleva algo. Hacemos la comida nosotros y así pasamos el día». Quien me lo dice no es un señor en paro ni un precario del sector turístico. Es empresario y vive en un precioso piso del centro de Palma. Sus amigos aún no se han visto achuchados por el paro ni por el alquiler imposible. Pero han llegado a la conclusión de que irse con la familia a un restaurante en Mallorca, especialmente en verano, se ha convertido en una temeridad.

Otro cambio: a nadie se le ocurre ir a comer a un chiringuito, salvo que seas un jovenzuelo sin cargas familiares. Se expande el bocadillo en la playa. Las patronales ponen el grito en el cielo por la huida de los trabajadores en busca de pastos más verdes y de clientes que ya no pueden con tanta subida de precios. Un restaurante junto al Olivar exhibe en su carta una ensalada de lechugas variadas al delirante precio de 19 euros. El postre, a nueve euros. Hay una rebelión social, una toma de conciencia: Mallorca es demasiado cara para los mallorquines. Uno puede salir a quejarse el próximo domingo y además tomar medidas: dejar de consumir. Eso duele más que una pancarta.