Del lat. tardío dilectio, –õnis.
1. f. Voluntad honesta, amor reflexivo.
Entre mis amigos, cuento con un tipo especial, solidario, comprometido e idealista. Un día entró en una pesadilla que comprometió su vida, la relación con los más allegados y le impidió abrazar a su madre, además de otras muchas cosas. Los medios de comunicación tuvieron carnaza con la que alimentar sus páginas y algún juez pensó en saltar a la fama evidenciando entramados mafiosos en nuestra querida Isla de la Calma.
Enfrenta a un jurado a diez personas. Desgraciadamente, el color de tu piel te hará parecer culpable de entrada. Más adelante ya veremos las pruebas que aportadas para intentar exculparte.
Primero, lo metemos en la cárcel, le retiramos el pasaporte y hacemos escarnio público de su persona; pese a que su supuesto «enriquecimiento» brilla por su ausencia. Incluso algún periódico aprovecha para destacar en su cubierta; que ya sabemos lo mucho de vende la desgracia ajena.
Amigos y conocidos reunieron el dinero necesario para pagar un depósito complicado para cualquier trabajador. Más que grandes aportaciones, fueron pequeñas cantidades, sumadas a pesar del esfuerzo económico que suponía a la gente que lo conoce y que sabe qué tipo de ser es.
Acaba de despertar de ese mal sueño, ocho años más tarde; demasiado tarde, desde luego. Desde el tribunal «se decreta el sobreseimiento provisional y el archivo de las presentes diligencias»; «Se deja sin efecto la obligación de comparecer ante este juzgado los días uno y quince de cada mes… Procédase a la devolución del pasaporte» y «Una vez firme la presente resolución, procédase a la devolución de la fianza de 5.000 euros consignada en la Cuenta de Consignaciones de este juzgado a Madiop Diagne Seck».
Seguro que él lo celebra viajando a Senegal para achuchar a su «yaay»; todavía puede. A su regreso, esperamos, brindar a su salud y por su enorme corazón. Tal vez él pueda lucir la portada del rotativo que, en justicia, publicará la noticia de su demostrada inocencia, pese a que la ley marca que debía haber sido el fiscal quien demostrara su culpabilidad.
Lo habitual es que se nos hinche la boca de loables intenciones y de bravuconadas y muy pocos, como Madiop, ejercen aquello de que solo obras son amores, que no buenas razones.
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