La presión del manicomio madrileño

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Lo peor del espectáculo Gabriel Le Senne, acabe como acabe, es que coloca la política balear al nivel manicomio madrileño. Rasgar las fotos de las víctimas republicanas nos ha devuelto a la etapa más negra de la historia de Mallorca, cuando una sociedad pacífica fue dominada por fascistas de la peor especie, desde el conde Rossi al marqués de Zayas, empujándola hacia la fiereza y la impiedad.
Costó generaciones recuperar la concordia civil y el respeto entre mallorquines. Pero cuando se había logrado, ha saltado al ruedo el espontáneo Le Senne para volver a liarla. En nuestra tierra, los verdaderos problemas, la auténtica bilis, el sentimiento agrio de la vida, casi siempre ha venido de fuera. No somos inmunes al contagio. El tam-tam de ruido y furia que nos llega del Manzanares pone los pelos de punta. Se multiplican las acusaciones de mafia, de cloaca, de guardia civil partidista y patriótica (mejor sería decir patriotera), de guerra judicial desatada. Es una batalla sin cuartel en el que están imputados la mujer del presidente del Gobierno, el novio de la presidenta autonómica, entre otros muchos, incluyendo al fiscal general del Estado. La mugre que esparce la Cibeles se expande a un ritmo vertiginoso. Y en este asfixiante contexto aquí tenemos a Le Senne recordándonos que nuestros orígenes contemporáneos no provienen de aquella Isla de Calma inmortalizada por Santiago Rusiñol, sino de los Dragones de la Muerte encabezados por Rossi y Zayas.

Tanta ira nos está robando nuestra serenidad, nuestra manera de entender la vida. De nuevo, el manicomio madrileño de la enajenación y de la saña nos envuelve. Lo peor de los actos de Le Senne no es el odio del cual se le acusa. Lo más grave es que ha ensuciado una personalidad pactista, mediterránea, relativista y abierta, que pese a todo se resiste a desaparecer.