Con la venia

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Con el permiso de mis doctores y maestros hoy voy a escribir de política. No me puedo resistir a la tentación de comentar la encuesta publicada el pasado domingo en Ultima Hora, amén del pacto que propiciará que el Govern tenga sus presupuestos. Bueno, en realidad, lo que me pide el cuerpo es hablar de la histérica reacción de la izquierda balear ante estas noticias. Negueruela y compañía, es innegable, tuvieron un fin de semana horribilis y, por lo que he leído con posterioridad, están sumamente trastornados, con episodios de enajenamiento que cursan con alaridos, espasmos y brotes de matonismo.

Lo de la encuesta –en realidad eran dos– les cayó tan mal que no puedo dejar de preguntarme si la cosa es aún peor de lo que parece. Tal vez una lectura científica del trabajo demoscópico conduzca a conclusiones mucho más graves para los exaltados habitantes de la orilla siniestra del Pecos. De no ser así, me resultaría incomprensible el estado de desesperación en el que están sumidos. En serio, la algarabía montada esta semana por la tropa socialista-comunista –muy de patio de colegio, por otra parte– es de tal magnitud que hasta pareciera o pareciese que el pacto firmado por el PP sea con Milei y no con esa señora Cañadas. Tal vez no nos hemos enterado y el acuerdo incluye una visita conjunta de Víctor Orbán y Karol Naworocki al Parlamento balear para entregarles la medalla de oro de la Comunidad. O tal vez no se haya dicho pero lo firmado por mi amigo Peixet junior incluya la derogación de la Llei de Normalització Lingüística, la prohibición del uso del catalán en la vía pública, el secuestro de todos los libros escritos en nuestra lengua –em faries aquesta, Margalideta?– o el confinamiento en Cabrera de todos los inmigrantes.

Más allá de lo que le hagan gritar al pancartero profesional y al vocero revolucionario, la verdad es que los acuerdos presupuestarios no incluyen ninguna medida que pueda alterar el epigastrio de una persona normal, digamos sensata. En el tema de la lengua Prohens no ha traspasado ninguna de las líneas rojas que se marcó hace dos años. No se cuestiona la autonomía de los centros ni el decreto de mínimos. Claro y raso: los cambios ni siquiera se van a notar. La OCB no será privada de ninguna subvención porque ya no las recibe: se acoge a las líneas de ayuda que son establecidas y punto.
Qué escándalo: el capitán Renault ha descubierto que aquí se juega.