Preferiría no suscribirme
Me gusta ir al quiosco cada mañana a comprar periódicos (revistas ya no), o al estanco si también necesito tabaco. Suele ser mi única salida del día, un corto y agradable paseo. Mi único paseo, no soy de los que se mueven por motivos de salud. Mi salud es excelente, gracias. Antes también tenía la costumbre de desplazarme para comprar DVD, pero eso se acabó cuando se acabaron los DVD y las plataformas nos traen a casa las películas previa suscripción, aunque no las mismas películas. Son basura audiovisual, que ellos escogen y cambian cuando les da la gana. Menuda mierda. Así que no sé cuánto me durarán estos breves y gratificantes paseos matinales, porque igual hasta el tabaco se acaba vendiendo por suscripción. Recibo a diario docenas de ofertas de suscripción a las cosas más absurdas, tales sitios web, plataformas, blogs, publicaciones, músicas, pasatiempos, así como secas órdenes (¡Suscríbete!) para que me abone inmediatamente a esto o lo otro. Cada vez que por azar veo en pantalla una chorrada, en cualquier pantalla, me conminan para que me registre y comprometa a seguir viéndola para siempre, y de los diferentes tipos de abonos que existen. Hasta en las librerías que frecuento pretenden que me registre, aunque eso sí, con mejores maneras que en internet. Al parecer, el progreso tecnológico consiste en suscribirse a lo que sea, a mil gilipolleces, y ya no sé cómo explicar que yo no me quiero suscribir a nada. Es decir, que preferiría no suscribirme. Ni inscribirme, que viene a ser lo mismo. Nunca, bajo ningún concepto. Escribir, bueno; suscribir no. Es un verbo asqueroso. Significa que si pretendes adquirir alguna mercancía o servicio, tienes que comprometerte a seguir haciéndolo mientras Dios te conserve la vida, sin que dicha mercancía llegue a ser tuya jamás. Un compromiso de fidelidad casi matrimonial. ¡Capitalismo sacramental! Por suerte, en mis restaurantes favoritos todavía no me han exigido que me suscriba, me registre y me abone, aunque todo se andará. Al fin sabemos quiénes somos, aunque no de dónde vinimos ni a dónde vamos. Somos suscriptores. Putos suscriptores. Y disculpen que insista, pero ya no sé cómo decir que prefiero no suscribirme.
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