El fin de la fábrica de sueños

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La actual Administración estadounidense, con sus políticas y formas, más su actuación en Gaza, está destruyendo el prestigio cultural que EEUU pudiera conservar. Es el fin de su soft power o «poder blando», encarnado en la música, la novela, el cómic, el dibujo animado, el videojuego y sobre todo en el cine de Hollywood. Todos esos héroes y superhéroes de ficción, los buenos, que salvan a tiros y puñetazos a su presidente, a su familia, a su ciudad, a su país y, si hace falta, al mundo entero, se han quedado de golpe obsoletos, ridículos y desprestigiados.

El entretenimiento nunca es inocente. Somos la cultura que mamamos. No hay artefacto cultural –película, canción, pintura o cualquier otro– que no esté ofreciendo una idea del mundo, es decir, de la política y de la sociedad. Es la cultura de masas, una cultura –y más en el caso norteamericano– de baja calidad, hecha por y para el mercado, profundamente ideologizada y obsesionada con la violencia como espectáculo. Sus valores giran en torno a todo aquello que conforma el American Way of Life: el individualismo, el capitalismo, la competitividad, la codicia, la fama, la patria, las armas y el belicismo. Nuestro pensamiento, conducta, deseos y estética han sido modelados durante los últimos 70 años por ese imaginario estadounidense (y un poco británico también), por personajes como Humphrey Bogart, Marilyn Monroe, Elvis Presley, Clint Eastwood o Julia Roberts, y también por gente como Michael Jackson, Taylor Swift o Michael Jordan. En cualquier caso, nunca fue Hollywood la mejor contribución cultural de los EEUU, como se pretende, sino el blues y el jazz, que son géneros muy minoritarios y tanto o más negros que yanquis, pero ésa es otra historia de la que hablar otro día.

La cultura de masas estadounidense comienza a desplomarse porque el discurso de su maquinaria publicitaria, ante la fea realidad, ha dejado de ser creíble. No es una mala noticia. El American Dream siempre fue una mentira propagandística con pies de barro. Asia, África, Iberoamérica y la propia Europa tienen algo que decir. Se abre un tiempo nuevo para otras gentes, otras voces, otros relatos y otras músicas; aprovechémoslo, porque es importante.