Viva el bufé

TW
1

Los días en que no disponemos de tiempo para cocinar en casa o en que no tenemos demasiadas ganas de hacerlo suelen repetirse cada vez más hoy en día, lo que a veces puede dar pie a una especie de ayuno sobrevenido entre las doce de la mañana y las cuatro de la tarde. Otra posible opción, seguramente algo más práctica, es la de almorzar en algún restaurante en donde ofrezcan menú o, mejor aún, bufé libre, siempre y cuando los precios sean asequibles para nuestro habitualmente depauperado bolsillo. En el caso de los locales que sirven bufé, la comida suele ser muy variada y, además, la hay en abundancia, por lo que podemos comer casi hasta reventar sin que tengamos que pagar ni un céntimo de más por esos excesos. Otra ventaja es que no tenemos que esperar nada al llegar. Primero, nos sentamos en una mesa. Y justo después, nos levantamos y cogemos un plato, que solemos llenar hasta arriba, pese a que sabemos que, en principio, uno solo debe servirse lo que realmente se vaya a comer. Quizás la única pega cuando vas a un bufé sea que, en ocasiones, se pierden un poco las formas, con clientes que nos adelantan de manera imprudente por la derecha, que obstruyen nuestro paso de manera deliberada o que nos dan un sutil codazo ante determinadas bandejas, sobre todo si ya solo queda una ración de canelones, de pollo con patatas o de tiramisú. Pero más allá de esos pequeños inconvenientes, el resto es perfecto. Aun entendiendo que deberíamos de comer siempre con moderación y cautela, reconozco que, para mí, el bufé libre es casi como el paraíso en la tierra.