Viajar
Viajar está de moda. Incluso da la sensación de que algunas personas lo consideran algo obligatorio, que hay que hacer para no quedarse atrás o fuera de la norma. Forzoso aunque ni siquiera sepas adónde vas y no te importa nada lo que vas a ver. A eso hemos llegado. Y esto afecta a los jóvenes, desde luego, por su dependencia de las redes y pese a sus modestas opciones económicas, pero sobre todo a los mayores, a esa «silver economy» por la que han apostado las agencias de viajes. El resultado es que los aeropuertos están a tope, parecen hormigueros afanados de personas que vienen y van, con sus maletas a rastras, a menudo luchando con la tecnología por sus escasas habilidades, con el paso renqueante por ciertas dificultades de movilidad, sus canas al viento y el afán de regresar cargados de regalos para hijos y nietos.
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