No me toquéis a Israel ni al catalán

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La vida y las personas cambian, los años pasan y se altera el orden de las prioridades. Cada tiempo tiene su afán. Muy a menudo tengo que escuchar una frase: «El mundo que tú conociste ya no existe, ahora todo es diferente y debes adaptarte para no convertirte en una pieza de museo». Lo he intentado –y conseguido– en diversos ámbitos. Supone un gran esfuerzo, pero entiendo que mientras pretenda seguir siendo testigo de lo que acontece, no me queda otro remedio. Sin embargo, hay dos cuestiones en las que no pienso ceder y sobre las que nunca cambiaré: la fidelidad al estado de Israel y la defensa numantina del catalán de Mallorca.

Nadie puede decirme nada al respecto. Ni pacifistas de exaltada bondad ni plañideras de muertos que nadie ha contado conseguirán que renuncie a mi ideal de un Israel fuerte, con fronteras seguras y sin terrorismo. Y en el tema de la lengua, otro que tal: no me moverán. En ese último aspecto, sin embargo, me siento equidistante tanto de los que odian el catalán y quisieran borrarlo de la faz de Mallorca como de aquellos que han convertido su presunto amor a la lengua de nuestros ancestros en una causa política. Tanto en el caso del antisionismo como en el del catalanismo militante o el gonellismo ignorante presumo que la causa primigenia es la manipulación política camuflada.

El caso de la Obra Cultural es flagrante. Quienes conocimos esta institución en sus buenos tiempos –cuando la dirigían señores que feien el pes– nos llevamos ahora las manos a la cabeza. Actos como el de Santa Maria del Camí, que deberían ser festivos, alegres y pedagógicos, se convierten en mitines políticos teledirigidos desde la izquierda, empeñada en hacer creer a los jóvenes de buena voluntad que la supervivencia de nuestra lengua está en las manos de socialistas y comunistas. No es ni ha sido nunca así. Personajes como Miquel del Sants Oliver, Joan Estelrich, Josep Pla o Josep Melià (padre) lucharon toda su vida en favor del catalán siendo de derechas o, como mucho, de centro. Diré más: la izquierda mallorquina actual no sabe hablar ni escribir bien el catalán de Mallorca. Se aferran a su mantra lingüístico como a la política de género, el falso ecologismo o la defensa de los pobrecitos palestinos. Pura estrategia y mucha falsedad. Desengañaos: el catalán no se salvará con algaradas políticas sino con trabajo, talento y tenacidad. Israel, por supuesto, ya tiene quien le salve.