Tenemos un nuevo Papa en la Iglesia católica. Se llama León XIV, hasta hoy Robert Prevost Martínez, natural de Chicago y nieto de españoles. No han pasado muchas horas desde su elección y, junto a las aclamaciones, ya se han vertido las críticas. Así sucede digamos que siempre, pero estoy seguro de que mi entrañable Miquel Batllori, historiador jesuita del mayor reconocimiento, me diría ilusionado: Esta vez el Espíritu Santo ha estado más que despierto.
Batllori se lamentaba a menudo de que el Espíritu Santo a veces permanezca dormido. Así lo decía de la elección de no pocos papas, como aquellos que fueron elegidos en el llamado ‘Siglo de Hierro’ de la Historia de la Iglesia, allá por el siglo XI. La libertad humana de una cuadrilla de familias romanas, pensando más que en el Cielo en la desgraciada tierra, se cuidaron de poner a prueba al Espíritu que anima a la Iglesia, dejándola en manos de gentes reprobables. ¿Qué pasó? Pues que esta salió adelante y con la regeneración de sus pontífices se abrió a la Edad Media con grandes santos y las inolvidables corrientes religiosas de las llamadas órdenes mendicantes.
Los retos que hoy tiene planteados la Humanidad no son inferiores a los de aquella época. Yo incluso pienso que mayores, y miren por dónde nos sale el cardenal Robert Prevost, con aire de quien está totalmente sorprendido, y lo estaba, en el balcón de la plaza de San Pedro, para darnos la paz y pedir que juntos recemos. Se nos dirige en italiano, lenguaje oficial de la Santa Sede, y luego en español. ¿Pero qué es esto? Pues que además de estadounidense, es ciudadano del Perú y ha sido veinte años obispo en una de sus diócesis, donde ha dejado un cariño inolvidable. Me ha encantado.
La Humanidad entera tiene muchos problemas, pero América en particular tiene los suyos. Hace unos días, en una serie televisiva francesa, despreciaban a España porque llevó la esclavitud al nuevo continente. ¡Serán majaderos! Olvidaban algo bochornoso. Olvidaban que los franceses, tras ufanarse de traer a Europa la Declaración de los derechos del hombre y del ciudadano, retrasaron la abolición de la esclavitud en Francia y sus territorios, porque en sus colonias, de reconocerse, se hubiera producido un auténtico caos.
Siempre recordaré como en este mismo Perú del que fue obispo Prevost, se conserva un lienzo de gran tamaño escenificando el matrimonio de una princesa inca con un sobrino del jesuita Francisco de Borja. Y no menos recordaré la procesión de los negros, en Lima, al comenzar la Semana Santa, integrada por centenares de gentes de color, sin duda agradecidas de disponer de la fe cristiana y de haber sido trasladados al Nuevo Mundo. Peor lo tenían en tierras africanas.
Que nos dejen a España tranquila. Nadie puede tirar la primera piedra cuando se trata de examinar el pasado de cualquier pueblo. Creo que el nuevo Papa de esto sabe lo suyo. Nosotros distinguimos que es agustino. Los hijos de Agustín de Hipona son acreedores de nuestro mayor afecto en tierras mallorquinas, con su colegio, iglesia y residencia palmesanas en el centro de Palma. Que no nos los toquen. El colegio San Agustín, junto al de San Francisco, son los únicos concertados que nos quedan en el centro de la ciudad.
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