La llegada al poder de Donald Trump está acelerando un cambio involucionista, reaccionario en los terrenos político y cultural, con una traslación directa a la esfera económica: el desmantelamiento de lo público de una manera radical. Todo lo que supone gasto social es considerado ineficiente y, por tanto, debe recortarse al máximo. La derivada política es inmediata: cerrar departamentos de educación, de sanidad, de servicios sociales, de preocupación por el medio ambiente, de ayudas a naciones pobres y a colectivos sociales vulnerables, la retirada de instituciones internacionales de referencia, el menosprecio hacia el multilateralismo, conforman ingredientes que tienen como resultado final la pérdida de los valores democráticos.
Es la entrada en un campo inquietante de autocracia y de vulneración continuada de normas y legislaciones, ignoradas para consolidar un poder omnímodo en manos de un solo hombre y su guardia pretoriana: la antesala de una dictadura. Lo que se persigue con esta agenda ‘de motosierra’, tal y como se ha popularizado, es achicar el estado del bienestar; es el retorno a un capitalismo desatado, más propio de la época del patrón-oro, en donde el ganador va a ser siempre quien más dinero tenga. Es la condena de la clase media y de la clase trabajadora, a parte de la dejación absoluta hacia las capas más desfavorecidas de la población, cuyo estado se explica, para los defensores de ese darwinismo económico y social, por su falta de capacidad y esfuerzo.
Estamos ante otra revolución neoconservadora que prolonga la iniciada en la década de 1980 por Ronald Reagan y Margaret Thatcher, pero la presente con mayor profundidad que tiene recordatorios nada desdeñables con la economía de entreguerras y el ascenso del fascismo y del nazismo. Lo han explicado con clarividencia Siegmund Ginzberg (Síndrome 1933, Gatopardo Ediciones, Madrid, 2024); y Federico Finchelstein (Wannabe Fascists: A Guide to Understanding the Greatest Threat to Democracy, University of California Press, 2024). Esta nueva ola –que se va extendiendo igualmente a la Unión Europea– actúa con absoluta desfachatez: expone sus apetencias sin filtro alguno; utiliza un lenguaje estudiado con ideas simples, pero hábilmente construidas; toca fibras íntimas de determinados segmentos de la población; preconiza el retorno a un pasado glorioso; invoca la necesidad de nuevos «espacios vitales»; expone ejemplos estrambóticos pero que calan por su simpleza al no contemplar matiz alguno.
Otro elemento es común: el dominio político de una oligarquía económica vinculada a los regímenes nazi y fascista, protagonista de la expansión del acero, del aluminio, de los motores de explosión, de la nueva energía que emanaba de los combustibles fósiles en la Segunda Revolución Industrial; hasta los tecno magnates oligarcas de la robótica, la automatización y la IA, en la coyuntura actual de la Cuarta Revolución Industrial (o Industria 4.0), algunos de ellos simpatizantes sin tapujos del nazismo. Las concomitancias son elevadas, salvando como es natural las coordenadas histórico-económicas y sus importantes particularidades.
4 comentarios
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La pésima gestión de los gobiernos de izquierda (de los que el autor de este artículo a formado parte), el despilfarro del dinero público (paguitas a mansalva), el exceso de usuarios nou vinguts (fomentado por gobiernos de izquierda de los que el autor de este artículo a formado parte) contra el estado del bienestar.
Manera, porqué no vas a dar la lata a otra parte?. No quiero pagar una suscripción y aguantar al pseudosocialista psoero este.
Ah, que importante es la nomenklatura.... Ahora, para criminalizar, todo se basa en anteponer el sufijo "ultra" o la palabra "extrema": ULTRALIBERALISMO, EXTREMA DERECHA/IZQUIERDA... Qué tiempos, cuando para "aligerar" y dar por moderno y moderado un asunto, se recurría al deseado y envidiado "euro", tan admirado por los palurdos españoles... ¿Se acuerdan del invento del EUROCOMUNISMO de Carrillo? Comunismo = malo, pero, ay amigo, el eurocomunismo es otra cosa.
Fin de la etapa Woke