Miquel Alzamora
Miquel Alzamora

Periodista de Deportes

Ruido

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El otro día estuve en la sala de espera de un hospital aguardando mi turno para una gastroscopia. Eran las ocho de la mañana y el silencio era sepulcral. De fondo, el informativo 24 horas de La 1 y conversaciones susurrando entre quienes tenían que acceder a una operación ambulatoria y el familiar que les acompañaba. No éramos más de diez personas. Yo tenía tanto sueño que intentaba no hacer nada, solo apoyar la cabeza en la pared concentrándome para lo que me venía. No hacer nada es lo que más me gusta hacer en las salas de espera.

De hecho soy capaz de esperar de brazos cruzados horas y horas sin quejarme. Todo se torció cuando en un momento dado empezó a sonar atronadora música procedente del móvil de una señora. Se trataba de una canción estilo ranchera en la voz de Rocío Durcal. El hospital entero se convulsionó. Parecía que me encontraba en uno de los pisos situados alrededor del estadio Santiago Bernabéu en pleno concierto de Taylor Swift. Temblaron hasta las baldosas y un señor que dormitaba agarrado a una muleta se despertó de golpe y casi lo tienen que operar del corazón en lugar de la rodilla. La situación se repitió hasta tres veces.

Las miradas de medio centro sanitario se posaron sobre la mujer, que aguantó estoicamente la presión sin inmutarse. Que te salte un anuncio siempre es posible, que te salten tres rancheras a las ocho de la mañana en una sala de espera debería estar tipificado en el código penal. En ese momento supe que esa escena tenía que formar parte de esta columna. No volví a dormirme hasta que no me inyectaron la sedación. Las salas de espera deberían ser como la Capilla Sixtina a las puertas del cónclave. Blindadas y sin cobertura.