Cómo se consigue que en las pelis de acción, bajos fondos o del oeste, un asesino múltiple muy atractivo nos caiga simpático, nos identifiquemos con él, deseemos que le vaya bien, salga vencedor de todos los peligros y se quede con la chica, a fin de ser felices para siempre? Bastante fácil. Sólo hay que demostrar previamente que todos los villanos que el héroe se carga por docenas, eran muy malos, malísimos, y el mundo está mucho mejor sin ellos.
Truco sencillo y antiquísimo, que desde luego no inventó el cine ni la literatura para nuestro solaz y entretenimiento, sino la vida misma. Como en las guerras coloniales, donde los colonizados siempre son bárbaros, bestias salvajes, y los colonizadores encarnan la civilización. Así se conquistó el Oeste, matando indios muy malos. Hay más películas y novelas de justicieros y vengadores que peces en el río o mosquitos una noche de verano, y de pasatiempos nada porque algunas, empezando por La Ilíada y La Odisea, son obras maestras. O El conde de Montecristo, por ejemplo.
Mi historia de venganzas y justicieros favorita es Michael Kohlhaas, del escritor romántico Von Kleist. Fiat justitia et pereat mundus (Hágase justicia y perezca el mundo) es el lema de estas narraciones, pero como cada vez hay más interpretaciones de la justicia, muchas indistinguibles de la venganza, estos relatos nunca dejan de estar de moda. Veamos un ejemplo de más actualidad. La guerra colonial de Israel, apoyada por Estados Unidos que ya exterminó hace siglos a sus propios indígenas. En estas guerras coloniales, que siempre son entre civilización y barbarie, se cumple exactamente el ardid cinematográfico mencionado para que el asesino sea un héroe audaz.
Como hemos visto mil veces en todos los continentes, los civilizados son los exterminadores, y los exterminados bárbaros sanguinarios. El problema es que si en las pelis resulta muy fácil hacer que los malos sean muy pero que muy malos, a veces en la realidad no lo es tanto, ya por falta de buenos guionistas, ya porque tras un siglo contando el mismo cuento, la cosa hiede. O por las dos razones. Las guerras coloniales, como el cine, siempre tuvieron excelentes narradores. Ahora ya no.
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