Amaya Michelena
Amaya Michelena

Jefa de sección (Domingo)

Extremistas

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Alos políticos, y a la gran mayoría de los ciudadanos, se les llena la boca cuando pronuncian la palabra ‘democracia’ y desprecian automáticamente a cualquiera que se muestre crítico con ese sistema. Todos tenemos que ser, forzosamente, amigos de un método por el que –supuestamente– gobiernan los que decide la mayoría. Hay muchos agujeros en esa teoría, pero a nadie le interesa explorarlos. Hace unos años, cuando un buen número de vascos decidió que querían ser gobernados por la izquierda abertzale, los ‘demócratas’ de toda la vida entraron en pánico y armados con la justicia bajo el brazo, ilegalizaron el partido molesto y aquí paz y después gloria.

En su discurso esgrimieron mil razones para hacer algo así, pero la única razón –lo sabemos todos– era quitarse de en medio a un rival conflictivo. Y aleccionar a la plebe sobre cómo deben pensar (y votar). Aquel trámite tranquilizó a muchísimos españoles que tragan sin masticar los discursos oficiales. Hoy vemos algo similar en la vieja Europa. A nada que uno viaje un poquito por Francia, Alemania, Austria, Bélgica, Suecia… los países más ‘blancos’ del mundo, verá con cierta aprensión que la mayoría de las personas que ve en las calles son inmigrantes. Nada que objetar, a menos que cojan el volante de un coche para atropellar a las masas en cualquier evento popular.

La extrema derecha aglutina millones de votos precisamente por eso y parece que nadie quiere verlo. Quizá la mayoría quiera ser gobernada por partidos extremistas contra la inmigración descontrolada. ¿Entonces ya no es buena la democracia? La solución fácil, lo vimos en España, es ilegalizar esos partidos. Hacerse trampas al solitario. ¿Hasta cuándo creen que podrán negar la mayor?