Tengo la divina providencia de apreciar mucho y de Pascuas a Ramos poder hablar con el padre Santiago Cantera, uno de los escasísimos intelectuales, eruditos y medievalistas –conoce muy bien la Historia de Mallorca y la de los cartujanos isleños– que nos quedan y que tiene además dos rarísimas virtudes inquebrantables: dignidad y valentía que en su caso consiste, desde su catolicismo profundo, en la defensa (dentro de la inmensa soledad en la que le han dejado todos) de esa justicia canónica que no es capaz de aplicar ni el tal Parolin.
Nuestro benedictino es un hombre ingrato para los poderes fácticos. Afortunadamente el padre Santiago va escribiendo libros de historia como Hispania-Spania, el nacimiento de España (edit. Actas), Luces de la Hispanidad (edit. Sekotia) o reflexiones sobre este mundo nuestro invertebrado (La crisis de Occidente, edit. Sekotia). Dado que por fuerza mayor no nos dejan verlo –porque los del Sanedrín por treinta criptomonedas, o bastantes más, lo han mandado al destierro– por lo menos podemos leerlo y seguir enriqueciéndonos, y en ese sentido les recomiendo a todos usted su último libro Homilías (edit. San Román, 368 págs.) en el que recoge lo que les ha ido diciendo a sus feligreses desde el púlpito de la basílica pontificia (dejada de la mano del expontífice Bergoglio) de la Santa Cruz (esa Cruz que es ornamental al decir de Cobo).
Las Homilias del padre Santiago, que han sido publicadas por petición de muchos escuchantes, están escritas con magnífica prosa, en ellas también nos habla de esa urdimbre presente por la que transitamos: contrapeso para discernir, se sea creyente o no, de en qué punto estamos, en el caso de que estemos en algún punto. Vayan las siguientes reflexiones como botón de muestra: «La pobreza, además de la pobreza de espíritu que es propiamente la humildad, significa el desprendimiento de todo lo superfluo». «La triste realidad de la manipulación de las masas, sino también, como hemos dicho, la variabilidad del carácter humano, que nos lleva con frecuencia a la infidelidad, a la deslealtad, a la traición como aquella de Judas».
«Jesucristo ha escogido el camino del ‘abajamiento’, del despojamiento, de lo que en griego se llama kénosis». «El amor fraterno, por tanto, nace del amor de Dios; es la faceta de la caridad entre los hombres». Nadie que sea azul o rojo o verde, que haya conocido en persona, directamente, al padre Santiago puede decir ni un ápice en su contra y, sin embargo, sí todo a su favor. Lean sus homilías porque así le conocerán un poco y podrán separar el polvo de la paja, la buena oratoria sagrada del analfabetismo político, la verdad frente difamación, distinguirán los ángeles de los demonios (título de otro de sus libros), la cultura de los dimes y diretes orquestados desde las profundas tinieblas.
Entereza tiene mucha el padre Santiago frente al acoso, infamia, y nunca posible derribo de una persona con toda la fe y toda la razón. Es triste, con la Constitución en la mano, que se pueda transterrar a un ciudadano solo por defender sus convicciones.
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