La Iglesia después de Francisco

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El gran problema de la Iglesia es precisamente ser una Iglesia. Esto puede parecer una paradoja, y lo es, porque la verdad auténtica sólo puede ser expresada paradójicamente. La lógica es útil y fructífera para el discurso erudito, pero si se pretende la expresión de lo inefable, o bien se entra en la paradoja o resulta imposible no salirse del enunciado. En todo caso, que el principal problema de la Iglesia sea ser una Iglesia es más paradójico en apariencia que en la realidad, puesto que dicha sentencia puede explicarse con una lógica aplastante. Y puede hacerse así porque hay una parte de la frase que no es nada inefable, más bien todo lo contrario, de una vulgaridad estrepitosa. Sí, la Iglesia tiene dos vertientes, la religiosa, donde están sus orígenes, que nacen de una evolución cristiana desde la religión judaica, y, por otra parte, una vertiente eminentemente política. Mientras la primera busca la verdad, la segunda la perdurabilidad. Y la Iglesia, para su supervivencia, ha tenido que anteponer la perdurabilidad a la verdad. Muchos, dentro y fuera de la Iglesia, han cuestionando esa situación, pero nunca han tenido suficiente poder ni decisión para acabar imponiéndose. Aunque la verdad, para una organización que aspira a ser perenne y católica (universal), debería ser lo primero.
Desde el momento que se instituye una Iglesia es imprescindible concebirla como un órgano de poder, y el poder es la antítesis de lo religioso, puesto que éste necesita de la búsqueda constante y sin cortapisas de lo inefable. Este artificio ha sido lo que le ha permitido a la Iglesia sobrevivir dos mil años; pero, también, el que le ha impedido llevar en libertad la pureza de su misión a la cual aspira. Y en este punto entra Francisco, que dio la impresión que tenía muy diáfano en su interior lo que debería ser la Iglesia. Pero también tenía bastante claro que ese camino la llevaría a su perdición social. Y por eso no se atrevió a implantarlo, y se conformó con sugerirlo repetidamente, afirmándola como Iglesia de los desfavorecidos. Algo que es solamente una versión, importante, pero menor de su auténtico propósito. En la Iglesia han existido grandes hombres y mujeres religiosos; pero, muchos de ellos, han sido marginados e incluso vilipendiados. Siempre ha intentado predominar el espíritu político al religioso, la supervivencia ha primado a la verdad. Porque la verdad no puede padecer la más mínima restricción, ya que en el preciso momento en que se pretende acomodarla deja de ser verdadera.
La Iglesia está en un momento crucial, porque cada día el poder es visto con mayor recelo y sus utilidades son percibidas como fraude. El que busca religiosidad hoy, la requiere tal como es, sin ornatos; que por muy provechosos que puedan ser para su expansión cada día son percibidos más negativamente para su aceptación. En la Iglesia hay sectores que están en sintonía con lo que estoy diciendo, pero la historia es tan larga y su carga histórica y social tan abrumadora que se ve muy difícil que pueda salir del lugar en el que se encuentra actualmente. Sólo se podría enderezar haciendo tabla rasa, pero la historia nos muestra que para toda organización, incluso de muchísimo menos calado que el de la Iglesia, es preferible correr el riesgo de mantenerse que cambiar, porque se sabe que a ciertas alturas un cambio de tal profundidad, como el que sería necesario, podría implicar una hecatombe. Por eso el sucesor de Francisco deberá, como él, limitarse a sugerencias o, todavía peor, a hipérboles superficiales de los dogmas sin grandes variaciones para su autenticidad.