La piel de toro a oscuras. Las islas buscando la luz por el rabillo del ojo. La peculiaridad nos ha salvado en esta ocasión. Palma estrena mayo, el Día de los Trabajadores, una de las fechas históricas que recuerda las luces y sombras de la clase currela, de luto. A los 71 años se ha muerto Manel Domenech. La mayoría no le conoció, pero sí quien hizo de la lucha anticapitalista en el cada vez más capitalista barrio de Canamunt su razón de ser. Hasta la muerte.
Manel fue maestro de escuela durante cuatro décadas. En su retiro convirtió la disidencia en una ciudad usurpada a quienes la habitaban. Vendida al mejor postor, convertida, banca mala mediante, en el mejor trozo del pastel inmobiliario de la ciudad, salieron los irreductibles a la calle. Manel era el más visible. Su desaliño voluntario, esa barba larga y rala a lo Valle-Inclán, sus dedos amarillos de la nicotina de un tabaco que no dejaba, su verbo catalán, su humor histriónico –de nuevo Valle-Inclán–, no pasaron desapercibidos para buena parte de la sociedad que hacía caja vendiendo patrimonio. No se salvaron de sus sarcasmos la izquierda progre que se sumó al comodín del turismo porque quien pregona con el ejemplo el vivir con lo necesario es difícil de domeñar. Manel lo hizo. No le callaron ni quien se acercó a tentarle con las 40 monedas de Judas por si le daba por practicar el alquiler vacacional. No le intimidó la policía cuando le exigieron los permisos a él y a veinte del colectivo ‘Ciutat per a qui l’habita’ en un vermut en la plaza de Cort que parodiaba la mercantilización de la ciudad. En plena canícula de 2017, tres furgones policiales y Manel con la camisa abierta, sus gafas a lo Ray Charles, el sombrero de paja y esa sonrisa burlona que le caracterizaba. El humor como arma. Como decía Albert Cossery. No sirvió de nada. Estamos peor.
Le vi muchas veces, hablé con él, le escuché, le observaba. Me hacía sentir que estaba en el túnel del tiempo. Lo suyo eran modales de finales del XIX, del arranque del XX. Un personaje de Germinal, un extemporáneo, más allá de este siglo tecnológico y digital. Metafórico que Manel haya cerrado los ojos la misma semana que un apagón nos ha puesto entre las cuerdas, ha mostrado el alto precio que pagamos por esa sumisión al hedonismo esclavo.
Cuanto más a oscuras, mejor vemos. Es aquello de ponerse el salvamontañas para que el mundo viera a aquel puñado de zapatistas en un México que como Manel hicieron de la paradoja espejo.
Ayer se celebró Sant Rescat en el barrio de Manel, un Canamunt triste por la pérdida, y sí, jaranero y reivindicativo. Manel, gracias. Te has librado de otro verano que, no lo duden, será peor. ¿Tendremos que sumarnos al apagón para que se nos encienda la bombilla? Por si acaso, cómprese pilas y póngase la radio. ¡Ni tan mal!, que dicen las hijas de mis amigas.
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