Aceptar la fragilidad

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Las definiciones de frágil son obviamente muy reduccionistas. Siempre suelen referirse a la materia. Cualquier niño sabe que el cristal lo es. En lo que se refiere a las personas, es más frecuente asociarla a la senescencia y o a la enfermedad. No me referiré a ninguna de ellas. Me crié conviviendo con abuelos. Fue una enseñanza impagable. Tuve unos padres ejemplares que acogieron a los suyos y nos legaron amor, agradecimiento y respeto a los mayores. Pude observar como con la edad nos volvemos frágiles. En mi caso, mi salud me ha dado la oportunidad, desde joven, sobre cómo la enfermedad te conduce a una fragilidad en ocasiones penosa.

He trabajado con la discapacidad, que me permite tener una idea bastante profunda sobre el concepto de fragilidad. Pero ahora quiero reflexionar sobre lo que significa en lo existencial y en lo social. Recuerdo un maravilloso libro sobre el arte de saber ser frágil, de Alessandro D’Avenia. Nos educan y obsesionan para ser perfectos. Los defectos son como un estigma que suele conllevar compasión o desprecio. Pero hay una forma según el autor del libro de liberarse del dolor de serlo. Es conquistar el arte de aprender a saber serlo. Como comunidad también necesitamos entender que los sucesos diarios nos enseñan que no somos tan poderosos como dicen los ególatras que nos dirigen. La última pandemia o el reciente apagón son un ejemplo contundente. Un insignificante virus o un error celular, sabotaje o cualquier otra contingencia nos puede cambiar la vida en un solo instante.

Aprender a convivir con la conciencia de que somos débiles en lo personal y en lo social solo puede hacerse desde la reflexión y sobre todo desde la humildad. Ninguna de las dos posibilidades es de uso común. Nos movemos en un mundo de lo vacuo y estúpido, en ocasiones por convivir distraídos con unas redes sociales tóxicas en su mayoría por información teledirigida desde lo subliminal para llevarnos a la sumisión encubierta. Los modelos referenciales en nuestro día a día, construidos sobre la mentira, nos están convirtiendo en egoístas, narcisistas y poco empáticos.

No pretendo que nos convirtamos en monjes tibetanos, ni que vivamos desde la pureza de un franciscano; pero sí que en nuestra vida diaria tengamos un espacio de encuentro con nosotros mismos, con sinceridad, reflexión y observación de lo que somos, cómo nos relacionamos, sentimos, amamos, sufrimos y compartimos. Hay que tener presente que somos adorablemente imperfectos, limitados, minúsculos... Si lo hacemos, iremos moldeando una fortaleza mental, muy útil para afrontar las adversidades que siempre aparecen. Las viviremos desde una postura de naturalidad, relativizando. Asumiremos los errores propios y ajenos desde la comprensión, la ternura y el respeto.