Cuentan los historiadores Suetonio y Dion Casio que, en el año 40 de nuestra era, el emperador Calígula tomó una decisión estrafalaria, demostrativa de su inestabilidad mental: nombró cónsul a su caballo ‘Incitatus’. No se sabe si esto fue realmente efectivo, pues de lo que trataba de demostrar el césar era que las instituciones no funcionaban y que cualquiera, incluido su caballo, podía ser alguien en ellas.
Casi dos mil años después, Donald Trump, que profesa como emperador in pectore, ha realizado una serie de nombramientos importantes en su ámbito más próximo, caracterizados por dos puntos definitorios: la incompetencia e inutilidad de los elegidos y el claro mensaje a las instituciones estadounidenses de que cualquiera, incluidos multimillonarios sin experiencia alguna en la cosa pública, pueden regir los destinos de la nación, del imperio. Como si fuera gestionar un negocio particular: sin contrapesos, sin mecanismos de control, sin organismos fiscalizadores. Un «ordeno y mando» que encierra un peligroso desenlace: el cuestionamiento de la democracia. Pero, eso sí, con la garantía de un Estado al que detestan, pero del que todos ellos se quieren aprovechar. Son los caballos de Trump, que nos hacen galopar hacia el desastre –con el gran prócer a la cabeza–, a la vez que lanzan relinchos eufóricos mientras siegan la hierba a su paso. Igual que ‘Otzar’, otro caballo, sobre el que mandaba Atila. Y ya sabemos el resultado que profirió el rey de los hunos.
Todo esto podría quedar en una simple fábula o en una licencia literaria si no fuera porque, en efecto, los equinos de Trump están contribuyendo a destruir los resortes básicos de la economía mundial y las normas de las transacciones internacionales, dinamitando en paralelo los principales indicadores bursátiles de Wall Street, con el enfervorizado aplauso de una América profunda que no sabemos si se va despertando tras el sórdido sonido de los cascos de esos caballos. Y con el patético –y peligroso– narcisismo del nuevo Calígula.
La pérdida de confianza ante la evolución económica de Estados Unidos acrecienta la inestabilidad. Datos demoledores: venta masiva de dólares mientras se han ido revalorizando el franco suizo y el yen japonés, junto al oro; a la par que la deuda norteamericana se acerca a una rentabilidad del 5 % y complica su refinanciación (solo la deuda federal: 9 billones de dólares, que vence el segundo semestre de 2025). Los consumidores estadounidenses van a sufrir directamente los corolarios letales en forma de tensiones inflacionistas y en el mercado de trabajo, fruto del despropósito desencadenado por un presidente obsesionado con aplicar aranceles y devolver una supuesta grandeza a un país que se ha beneficiado mucho de la globalización.
Pero los procesos económicos son procesos históricos, y no podemos descartar que si cambiara la administración estadounidense por otra con mayor profesionalidad, competencia, rigor y seriedad, tornando a la multilateralidad, no se podrían revertir muchas de las distopías que están provocando Trump y sus nombramientos de ineptos. ‘Incitatus’ puede cabalgar junto a ellos: apenas se notaría la diferencia.
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